miércoles, 20 de junio de 2012

LA LETRA PEQUEÑA: UN MUNDO (IN)FELIZ

De entre todos los géneros novelísticos y cinematográficos hay uno que resulta especial a tenor del número y el tipo de fieles seguidores que posee: la ciencia ficción. El terror fascina porque inconscientemente sentimos seguridad y confort al vivir esa historia desde el sofá; la comedia porque es un alivio comprobar que también los contratiempos tienen su lado cómico; la novela policíaca porque a todos agrada burlarse de la monotonía, enfundarse una gabardina gris y salir a la calle en busca de trapisondas y crímenes que resolver. Pero, desprovisto del tono humorístico, a pocos le resulta atractiva la idea de toparse con un marciano en la cocina, o de dar un salto temporal de 2.000 años. Qué pereza. Y para colmo, uno teme, si se hace seguidor de este género, terminar formando parte de ese elenco de personajes que acuden disfrazados a las salas de cine para disfrutar del estreno de turno. Es pues la ciencia ficción un género “friki”, como el amigo rarito, el alumno solitario y taciturno que se sienta solo en clase. Nada como Un mundo feliz, de Aldous Huxley, para derrumbar estos prejuicios.
Enfrentarse a una historia de este tipo exige por parte del lector un esfuerzo mayor al que puede ofrecerse en cualquier otro tipo de novela. Los géneros literarios no son más que diferentes ventanas desde las que observar el mundo, y qué duda cabe de que la ciencia ficción es la que ancla su eje más alejado de nuestra realidad más cotidiana. Pero también debemos valorar que cuanto más distancia se toma de un objeto, con mayor claridad logra verse. El mundo que plantea en la novela Huxley, escritor y anarquista británico cuya fama se labra en los años 30, aparece caracterizado por la uniformidad, el determinismo y la alienación. Todos los humanos pueden clasificarse en 5 castas y sus vidas se reducen a una programación que les “obliga a ser felices”. Así, cada persona aparece despojada de cualquier vestigio individual y pasa a formar parte de una masa que participa de patéticos rituales colectivos, se regocija en el consumismo y recurre a un tipo de droga especial para mitigar los estados emocionales no deseados. Sin embargo, un error en la creación artificial de una de estas personas, Bernard Max, provoca que éste no termine de adaptarse a esta sociedad: para extrañeza del resto de compañeros, a Max le gusta simplemente disfrutar de largos paseos, muchas veces se ve embriagado por sentimientos de tristeza y soledad y no termina de encontrar su lugar en el mundo. La novela da un vuelco a mitad de la historia en el momento en que Max decide visitar un lugar donde extrañamente todavía quedan humanos (irónicamente llamados “salvajes”) y decide llevarse con él a uno de ellos.      

Es ésta una novela de contrastes en la que, con una prosa limpia y un ritmo suave, Huxley plantea el eterno dilema entre libertad y felicidad. Para conseguir ésta última de forma eterna, la sociedad descrita apuesta por terminar con la libertad, pues de ella nace el fracaso del hombre: las dudas, los errores, la frustración, etc. Sin embargo, esa felicidad despojada de esfuerzo, pasión y búsqueda (deshumanizada, en definitiva), resulta algo inerte, vacío, sin alma. Pero más allá de conceptos o reflexiones filosóficas, la novela merece mucho la pena por la cantidad de sentimientos humanos que en ella se describen: desde la soledad hasta la ira, pasando por la necesidad de encontrar un lugar en el mundo y de reivindicar la singularidad de cada individuo. Sin ser una gran obra narrativa (intuyo que el autor tampoco lo pretendía) uno tiene la sensación al terminar el libro de que puede que las novelas de ciencia ficción sean un género mucho más realista de lo que parecen a simple vista. Y pensándolo bien, tampoco es esto tan extraño. Por experiencia sé que el chico solitario de clase suele terminar siendo muy interesante. Nunca deberíamos olvidar que en la vida, como en la buena literatura, las sorpresas y los tesoros no suelen estar a la vista, sino ocultos por definición. Aguardando ser descubiertos.

GONZALO FERRADA
- Periodista y profesor de literatura -

1 comentario:

Verónica Rodríguez dijo...

"Lo esencial es invisible a los ojos", diría un amiguito literario. La ciencia ficción habla mucho más de la realidad y del futuro que nos espera si no cambiamos que las noticias del "parte" televisivo.
Felicidades por el post y por este blog maravilloso