"Mi marido está en prisión por decir la verdad, por defender la democracia. Alexei, sueño con el día en que estés libre y en que nuestro país vuelva a serlo también. Sé fuerte, amor mío”. 13 de marzo de 2023. La película Navalny, que narra el intento de asesinato, en 2020, del crítico más feroz y principal líder opositor del presidente Vladimir Putin, gana el Óscar al Mejor Documental. Durante su discurso de agradecimiento, Yulia Navalnaya aprovecha su presencia en el escenario más poderoso del mundo, el del Dolby Theatre, para reivindicar la figura de su esposo y denunciar la situación que se vive en Rusia. Unos segundos antes, el director de la cinta, Daniel Roher, alentaba a la audiencia a plantar cara a los autoritarismos “dondequiera que asomen la cabeza”.
"Considero el mundo un
lugar amargo y complicado"
-Los que se quedan-
Lamentablemente, la historia de Alexei Navalny no ha tenido un final feliz de esos “made in Hollywood”. El pasado 16 de febrero, el abogado y político ruso moría de manera repentina y misteriosa, a los 47 años, en la cárcel de máxima seguridad de Siberia en la que cumplía múltiples condenas.
Aún a riesgo de parecer inculto, reconozco que no supe de la existencia de Navalny por los Telediarios o los periódicos, a pesar de su extensa lucha contra el Kremlin. Fue ese premio, el Óscar, el que me descubrió a este activista apasionante de trágico destino. Al enterarme de su fallecimiento, pensé automáticamente en las contundentes palabras de su mujer aquella noche triunfal en la que todavía había espacio para la esperanza.
"Si consiguen justicia,
esto puede cambiar las reglas del juego"
-Matar a un tigre-
Desde su nacimiento, en 1895, además de como negocio muy rentable, el cine evidenció su valor como una herramienta eficaz, ilimitada e inconmensurable para retratar nuevas realidades, para generar modas y necesidades, para perpetuar clichés, para construir ídolos y destruir prejuicios y, especialmente, para difundir propaganda y cambiar el rumbo de los acontecimientos. Si hubo un lugar en el que comprendieron y sacaron provecho muy pronto a tan tremendo potencial ese fue Estados Unidos. Resultaría insuficiente y absurdo analizar las transformaciones sociales, políticas y económicas del siglo XX sin prestar atención a Hollywood, la fábrica de sueños y de ideas capaz de exportar sus películas a cualquier rincón del planeta. Y los Óscars se crearon, en 1927, no sólo para aumentar prestigios, cachés y egos, sino también como otro instrumento de esa influyente maquinaria.
"No lo entenderán hasta que lo entiendan.
Y no lo entenderán hasta que la hayan utilizado"
-Oppenheimer-
No es casualidad que, en pleno conflicto bélico entre Rusia y Ucrania, se galardonara a Navalny; como tampoco lo será que, la semana que viene, ocurra lo mismo con 20 días en Mariúpol, crónica bestial en tiempo presente del comienzo de la invasión rusa. Obras de una calidad indiscutible, sí; pero, además, oportunas para remover conciencias y, no nos engañemos, reforzar el merecido descrédito de Putin.
Sin embargo, la industria del cine se debe a su público y sus responsables son conscientes de que no pueden ignorar las nuevas demandas y sensibilidades sociales. En 2020, y tras una oleada de protestas por unos Óscars “demasiado blancos”, la Academia modificaba sustancialmente sus reglamentos para exigir que las candidatas a Mejor Película cumplan unos requisitos mínimos de diversidad e inclusión en sus repartos, argumentos y/o equipos. Y se fijaba una fecha para su entrada en vigor: 2024.
"Cuando inmigramos, solía llorar mucho.
Pero me di cuenta de que a nadie le importaba"
-Vidas pasadas-
El momento ha llegado. Y se nota en todas las categorías. Como si se tratara de una aventura animada del genio japonés Hayao Miyazaki, autor de la nominada El chico y la garza y padre de la inolvidable Chihiro, sumergirse en las principales aspirantes de este año a la estatuilla nos empuja a acompañar al dorado Óscar en un intenso viaje emocional por una serie de escenarios reales, ficticios o ficcionados extraordinarios; algunos perturbadores, todos ellos repletos de dilemas morales, enseñanzas, contradicciones, preguntas incómodas y personajes fascinantes.
Como Bobi Wine, la estrella del reggae y hip-hop que abandera el movimiento prodemocrático en su país, Uganda, contra Yoweri Museveni, gobernante desde 1986 y reelegido en 2021 tras unos comicios irregulares y fraudulentos. El presidente del pueblo, finalista a Mejor Documental, ha sido rodada en cinco años. Arranca con el nombramiento de Wine como parlamentario en 2017 y muestra los peligros a los que se expone el intrépido artista por enfrentarse a un régimen salvaje que persigue, tortura y aniquila a sus contrincantes. Esta candidatura, la primera para una producción de la república africana, sirve de altavoz internacional a la causa de Bobi Wine, como hace unos meses sucedió con la de Navalny; y subraya las dificultades para derrocar las autocracias en el tercer mundo.
"O creen en la libertad
y la justicia para todos,
o no creen"
-Rustin-
El trayecto del Óscar se detiene, a continuación, en uno de los episodios más siniestros y bochornosos de la historia de Estados Unidos: el expolio y exterminio de los pueblos nativos americanos por parte del avaricioso "hombre blanco"; en concreto, de los Osage, tribu rica gracias al petróleo que se halló bajo su tierra, en Oklahoma. Recrea este espeluznante crimen, con toda su crudeza, el maestro Martin Scorsese en Los asesinos de la luna, que opta a 10 estatuillas y ayuda a que no se olvide y a dignificar a las víctimas.
"Los blancos no quieren la verdad.
Sólo quieren la absolución"
-American fiction-
El activista afroamericano Bayard Rustin y la nadadora Diana Nyad son otros de los protagonistas de esta 96ª edición de los Premios de la Academia. Sus apellidos dan nombre a sendos biopics que evocan sus grandes gestas y les rescatan del ostracismo. Rustin (Colman Domingo), silenciado durante décadas por su homosexualidad, combatió por los derechos civiles y fue uno de los organizadores de la legendaria marcha de Washington de 1963, en la que Martin Luther King pronunció su célebre discurso I have a dream.
"Yo, que vosotros, no iría"
-Yo capitán-
Por su parte, Nyad rememora el agónico empeño de la deportista norteamericana por convertirse en la primera persona en atravesar a nado a mar abierto los casi 180 km de distancia entre Cuba y Florida. Lo logró en 2013, a los 64 años, ya retirada y después de cinco intentos infructuosos. Nadie confiaba en ella, pero no tiró la toalla. Le encarna magistralmente Annette Bening.
"Debemos experimentarlo todo, no sólo lo bueno.
También la degradación, el horror, la tristeza...
Esto nos hace completos. Así conocemos el mundo.
Y, cuando conocemos el mundo, el mundo es nuestro"
-Pobres criaturas-
Próxima parada: Túnez. En el apartado de Mejor Documental, Las cuatro hijas relata el infortunio de Olfa Hamrouni, una madre que pierde a dos de sus hijas al ser captadas por un grupo fundamentalista religioso. “Fueron comidas por los lobos”, lamenta. La realizadora Kaouther Ben Hacia se decanta por una original e impactante fórmula narrativa híbrida en la que se mezclan e interactúan los testimonios auténticos con intérpretes profesionales. Dos actrices dan vida a las jóvenes desaparecidas y la popular Hend Sabry sustituye en las secuencias más duras a la propia Olfa, una mujer atormentada y superada por la angustia y la culpa.
"Nosotras, las madres, nos quedamos quietas
para que nuestras hijas puedan mirar atrás
y ver lo lejos que han llegado"
-Barbie-
Como culpables se sintieron, por lo que ellos mismos han confesado, los 16 supervivientes del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya que se estrelló en los Andes el 13 de octubre de 1972 y cuya dramática e insólita experiencia reproduce fielmente el enorme Juan Antonio Bayona, sin ahondar en el morbo, ni juzgar todo a lo que se vieron obligados a recurrir para salir adelante. El barcelonés siempre tuvo claro que la clave para sobrevivir a esa expedición fortuita al infierno nevado, a “lo imposible”, fue el “juego” en equipo y así debía trascender.
"Los periódicos hablan de los héroes de los Andes,
los que regresaron de la muerte para reencontrarse
con sus padres, sus madres, sus novias, sus hijos.
Pero ellos no se sientes héroes
porque estuvieron muertos como nosotros.
Y sólo ellos regresaron"
-La sociedad de la nieve-
“Vos tenés las mejores piernas. Tenés que caminar por los demás”, le dicen sus compañeros a Roberto Canessa (Matías Recalt), quien junto a Fernando Parrado (Agustín Pardella) cruzaría, tras 72 días abandonados por el mundo, la cordillera hasta Chile para pedir auxilio. Quizá La sociedad de la nieve haya servido, transcurridos 50 años, para su definitiva redención pública, para su completa salvación.
Precisamente en Chile se sitúa la acción del hermoso y triste documental La memoria infinita, una canción de amor con sabor a despedida. Porque nos enternece y, a la vez, nos aterra ver cómo Paulina Urrutia apura cada minuto junto a su marido, Augusto Góngora, antes de que él la borre de sus pensamientos para siempre. Pero la memoria a la que hace referencia el título va mucho más allá del mal de Alzhéimer. Su creadora, Maite Alberdi, emplea los difusos recuerdos del protagonista, los más profundos y desgarradores, como vehículo para bucear en las heridas recientes del país. A veces, la vida rima. Esta cinta veía la luz coincidiendo con el 50º aniversario del Golpe de Estado de Pinochet (1973) que dio paso a una atroz dictadura militar que se extendió hasta 1990 y contra la que Góngora, en su labor como periodista, actuó desde la clandestinidad. En su interior alberga miedos y traumas tan arraigados que ni esa devastadora enfermedad puede desvanecerlos. Y, así, paradójicamente, confluyen en el mismo universo la fatalidad de un individuo por olvidar con la responsabilidad moral de una sociedad de no hacerlo. Augusto murió en mayo de 2023.
"Las guerras no empiezan con explosiones.
Empiezan con el silencio"
-20 días en Mariúpol-
El “caso de La Manada”, por el que se conoce la violación grupal de cinco hombres a una joven de 18 años en 2016 durante las fiestas de San Fermín, indignó, movilizó y provocó una reflexión colectiva en España sobre la violencia sexual contra las mujeres; una lacra que, por desgracia, no cesa. Tampoco fuera de nuestras fronteras. Por eso es tan importante la visibilidad de los Óscars a Matar a un tigre, producida por Dev Patel y Mindy Kaling, que sigue los pasos de Rajit, un granjero de Jharkhand (la India) en su arriesgada batalla para que se haga justicia con su hija, de 13 años, víctima de una agresión sexual múltiple. A pesar de recibir amenazas y de que incluso su entorno más cercano le recomiende que se dé por vencido, que “lo hecho, hecho está”, no se rinde. “Si por nuestro caso, estos incidentes dejan de suceder en nuestros pueblos, entonces lo consideraré un sacrificio hecho por mi hija”, afirma Rajit. Su perseverancia supone un desafío revolucionario para modificar las normas en un sistema de abusos tradicionalmente incuestionable.
"¿Esperas que un milagro haga que todo esto desaparezca?
Sabes que ya no suceden"
-Los asesinos de la luna-
En julio llegaba a las salas, precedida por una descomunal campaña de marketing medida al milímetro, el fenómeno de la temporada: Barbie, de Greta Gerwig, con Margot Robbie como la mítica muñeca de Mattel y Ryan Gosling en el papel de (simplemente) Ken.
"Barbie tiene un gran día todos los días.
Pero Ken sólo tiene un gran día si Barbie le mira"
-Barbie-
Quienes esperaban una comedia romántica de corte infantil se llevarían una inquietante sorpresa al toparse con este alegato feminista, sarcástico y autoparódico, más preocupado por transmitir su mensaje que por la solidez del guión. Su éxito es innegable. Los mismos que antes tachaban a Barbie de juguete sexista, ahora la veneran como musa del empoderamiento. Si alguien ha sabido reinventarse en sus casi 65 años de vida, esa es ella. Gerwig la desmitifica, pincha su burbuja de color de rosa y la lanza al imperfecto mundo real para que tropiece con la desigualdad, las injusticias y, sí, la menstruación. Y esta crisis existencial es dolorosa, pero también conveniente y, sobre todo, inspiradora.
"Cuando renunciamos a algo también ganamos algo"
-Vidas pasadas-
Aunque Barbie es una aficionada si la comparamos con Bella Baxter (maravillosa Enma Stone), la singular heroína de Pobres criaturas. Yorgos Lanthimos resucita a esta muchacha desdichada, le regala un cerebro "virgen" y le diseña una odisea delirante y retrofuturista de goce desmedido, liberación sexual y autodescubrimiento. Explorar, aprender y tocar fondo le lleva a sublevarse.
Con Seydou y Moussa, protagonistas de Yo capitán (nominada por Italia en Película Internacional), el Óscar emprende una ruta a vida o muerte con destino a eso tan idealizado de “un futuro mejor”. Porque estos dos chicos de 16 años fantasean con ser youtubers: "Piensa que vas a convertirte en una estrella y la gente blanca no dejará de pedirte autógrafos". Juntos escapan de Senegal para alcanzar Europa. Matteo Garrone, su director, no les ahorra ningún obstáculo en su periplo sobrecogedor por el desierto, un campo de detención en Libia y el inmenso Mediterráneo; eso sí, se toma ciertas licencias fantásticas para hacer más soportable el terror y la añoranza del hogar, sin perder de vista la costa.
"Estad muy alerta y trabajad en equipo"
-El chico y la garza-
El racismo (El color púrpura), las consecuencias de la posverdad (Sala de profesores y Anatomía de una caída) y de los avances científicos y tecnológicos (Oppenheimer), la soledad (Los que se quedan), la hipocresía de la industria del entretenimiento con las minorías (American fiction), la pederastia (Secretos de un escándalo), la construcción de la propia identidad y los choques culturales (Vidas pasadas), el valor de la amistad (Robot dreams) y algo tan complejo y a la vez tan sencillo como la belleza de los pequeños placeres (Perfect days) son otros de los temas de los films que aspiran a la gloria el próximo 10 de marzo.
"Está destruyendo vidas y familias enteras
únicamente por meras sospechas"
-Sala de profesores-
Y, cuando parece que el viaje ha finalizado, Jonathan Glazer nos abre de par en par las puertas de una idílica casa para que seamos testigos de la apacible cotidianidad de un matrimonio y sus cinco hijos en La zona de interés. Les vemos desayunar, cuidar las flores del jardín, jugar, disfrutar de las visitas… Nada empaña su calma, ni siquiera los sonidos escalofriantes y continuos que delatan la barbarie que les rodea. Porque estamos en 1943, el padre de la familia es un comandante nazi y su vivienda colinda, pared con pared, con el campo de concentración de Auschwitz. Y, así, asistimos al Holocausto con distancia, desde fuera (a penas divisamos la alambrada), con una perspectiva distinta a la que nos tiene acostumbrados el séptimo arte: cargada de impasibilidad e indiferencia. Aún estremece más esta banalización del sufrimiento ajeno si nos percatamos de su lectura metafórica: para no renunciar a nuestros privilegios y bienes materiales, en pleno siglo XXI, los ciudadanos occidentales también levantamos muros que nos aíslan de tantos y tantos disparates, despropósitos, naufragios y atropellos a los derechos humanos, y nos posibilitan esconder nuestras vergüenzas y mirar en otra dirección. Eso y cerrar los ojos nos convierte, si no en cómplices, al menos en consentidores. Y, como nos ha enseñado Oppenheimer, de Christopher Nolan, no hace falta apretar el "botón nuclear" para sentir que nuestras manos están manchadas de sangre.
"Uganda es mi país y nunca habrá otro.
Allí nací y allí moriré"
-Boby Wine: El presidente del pueblo-
Una película es un arma fabulosa para poner el foco allí donde haya oscuridad, para señalar a los monstruos, destapar escándalos, reparar errores y proteger a los débiles. Quedan muchos Seydous y Moussas; demasiados tiranos con afán de perpetuarse en sus asientos caiga quien caiga; cientos de enfermedades para las que no interesa encontrar cura; poblaciones masacradas por la codicia; bulos que dañan como cuchillos; personas encarceladas y asesinadas por su género, sexualidad, raza, religión, ideología o por negarse a cubrirse la cabeza con un pañuelo… Por ello, cualquiera de esos viajes simbólicos por los que nos ha "guiado" el Óscar hacen que, en mayor o menor medida, salgamos cambiados de la sala de proyecciones. Y, sólo por eso, habrán merecido la pena.
"Estar viva me parece fascinante"
-Pobres criaturas-
Por cierto, Navalny cierra su documental con una rotunda arenga a su pueblo y aplicable a otros muchos: "no está permitido rendirse. Si ellos deciden matarme, eso significa que somos increíblemente fuertes. Necesitamos utilizar ese poder para no rendirnos, para recordar que tenemos tanto poder que está siendo oprimido por estos tipos. No nos damos cuenta de lo fuerte que somos. Lo único necesario para el triunfo del mal es que la gente buena no haga nada. Así que no seas indiferente”.
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