lunes, 16 de febrero de 2009

MARCAPÁGINAS: LO BELLO Y LO TRISTE

Oki Toshio, escritor de éxito, decide viajar a Kyoto para oír sonar las campanas del templo en el Año Nuevo. Pero lo que verdaderamente pretende es reencontrarse con la bella Ueno Otoko, a la que treinta años antes había dejado embarazada siendo una adolescente. Ninguno de los dos ha podido olvidar al otro. Dos vidas marcadas por un amor obsesivo, apasionado, cruel y traicionero. Este reencuentro con el pasado tendrá dramáticas consecuencias. Keiko, discípula y amante de Otoko que no conoce la moral ni la justicia, completará un triángulo peligroso condicionado por la añoranza, el rencor y la venganza.
A pesar de resultar densa y demasiado lenta en algunos pasajes, esta novela consigue crecer en cada página hasta atrapar al lector en una historia triste y bella (como bien reza el título). Llega un momento en que la inquietud se apodera del relato; el final se aproxima inexorablemente y resulta complicado intuir cómo resolverá el autor tal entuerto. Cada personaje se nos presenta con dos caras: por una parte, como víctimas de otros o de las circunstancias sociales que les toca vivir; y, además, como seres que se benefician del daño padecido o que, a su vez, también hacen sufrir a nuevos inocentes.
El premio Nobel de Literatura japonés Yasunari Kawabata firma este doloroso universo de sentimientos cruzados, autodestructivos e imperecederos. Probablemente, este escritor encerraba en su interior mucha amargura e insatisfacción, como demuestra el hecho de que se quitara la vida a los setenta y dos años, sin dejar ningún tipo de explicación.
Para quienes sólo entienden el amor como una lucha de emociones descontrolas con tintes de tragedia.

“Cuando Oki se sentó junto a la cama de Otoko, ésta lo miró con esos ojos serenos, agotados, de la mujer que acaba de pasar por un parto. Pero las lágrimas no tardaron en acumularse en las comisuras de esos ojos. Oki comprendió que ella había adivinado. Las lágrimas fluían sin control. Él secó con rápido gesto las que corrían hacia el oído. Otoko tomó su mano y, por primera vez rompió en sollozos. Lloraba y sollozaba como si se hubiera quebrado un dique. -Murió, ¿verdad? El bebé ha muerto. ¡Ha muerto!”.

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