En 1944, una jovencísima Carmen Laforet obtenía el primer Premio Nadal por esta novela de carácter existencialista sobre una adolescente que se traslada a Barcelona para estudiar una carrera universitaria. A través de las experiencias de la protagonista, la autora dibuja con sutileza el clima de estancamiento, pobreza y pesimismo que padeció la sociedad española durante los primeros años de la posguerra. Así, muestra como el hambre y la desconfianza fracturan los pilares más básicos y el individuo se siente perdido, indefenso y, en ocasiones, sin fuerzas para seguir adelante. Sobrevivir se convierte cada día en un reto para unos seres famélicos, resignados y solitarios; con unos valores morales cada vez menos sólidos, pero sometidos, sin embargo, al fuerte yugo del escrutinio de sus semejantes.
En un principio, Andrea, protagonista del relato y álter ego de Laforet, desprende una mirada triste y conformista de los acontecimientos. Las ilusiones por aprender y sentirse libre con las que llega a su nuevo destino, pronto chocan con el violento entramado de celos y reproches que invade su nuevo hogar. No obstante, ella se resiste a renunciar a sus ansias de crecer y, progresivamente, descubre otras realidades y se deja seducir por el ambiente cultural que se deriva de su actividad universitaria. Prefiere dejar de comer que convertirse en un ser vacío y sin motivaciones. De esta manera, logra crear dos atmósferas claramente diferenciadas: su vida familiar y sus relaciones sociales. Dos mundos que terminarán confluyendo con consecuencias inesperadas.
Nada, considerada una de las mejores novelas del siglo XX, además de un radiografía de la España de los años 40 y 50, es una excelente visita guiada por la ciudad de Barcelona, donde cada calle y cada esquina despiertan en Andrea el deseo de progresar; la rabia y la rebeldía por sobrevivir.
En un principio, Andrea, protagonista del relato y álter ego de Laforet, desprende una mirada triste y conformista de los acontecimientos. Las ilusiones por aprender y sentirse libre con las que llega a su nuevo destino, pronto chocan con el violento entramado de celos y reproches que invade su nuevo hogar. No obstante, ella se resiste a renunciar a sus ansias de crecer y, progresivamente, descubre otras realidades y se deja seducir por el ambiente cultural que se deriva de su actividad universitaria. Prefiere dejar de comer que convertirse en un ser vacío y sin motivaciones. De esta manera, logra crear dos atmósferas claramente diferenciadas: su vida familiar y sus relaciones sociales. Dos mundos que terminarán confluyendo con consecuencias inesperadas.
Nada, considerada una de las mejores novelas del siglo XX, además de un radiografía de la España de los años 40 y 50, es una excelente visita guiada por la ciudad de Barcelona, donde cada calle y cada esquina despiertan en Andrea el deseo de progresar; la rabia y la rebeldía por sobrevivir.
Descubrí este relato en el instituto y, ahora, años después me he reencontrado con él. Si la primera vez me sedujo ese "descubrir en tiempos revueltos", ésta segunda me ha hecho reflexionar más y "enamorarme" de la prosa fresca de Laforet.
Para los mayores desmemoriados y jóvenes que no quieren que nadie le ponga límites a sus ilusiones y sus ganas de crecer. Porque no tener "nada" no significa que algo sea imposible.
"Ante la puerta del piso me acometió un súbito temor de despertar a aquellas personas desconocidas que eran para mi, al fin y al cabo, mis parientes y estuve un rato titubeando antes de iniciar una tímida llamada a la que nadie contestó. Se empezaron a apretar los latidos de mi corazón y oprimí de nuevo el timbre. Oí una voz temblona: "Ya va, ya va". Unos pies arrastrándose y unas manos torpes descorriendo cerrojos. Luego me pareció todo una pesadilla.
Lo que estaba delante de mi era un recibidor alumbrado por la única y débil bombilla que quedaba sujeta a uno de los brazos de la lámpara, magnífica y sucia de telarañas, que colgaba del techo (...). Y en primer término la mancha blanquinegra de una viejecita decrépita, en camisón, con una toquilla echada sobre los hombros. Quise pensar que me había equivocado de piso, pero aquella infeliz viejecilla conservaba una sonrisa de bondad tan dulce, que tuve la seguridad de que era mi abuela".
Lo que estaba delante de mi era un recibidor alumbrado por la única y débil bombilla que quedaba sujeta a uno de los brazos de la lámpara, magnífica y sucia de telarañas, que colgaba del techo (...). Y en primer término la mancha blanquinegra de una viejecita decrépita, en camisón, con una toquilla echada sobre los hombros. Quise pensar que me había equivocado de piso, pero aquella infeliz viejecilla conservaba una sonrisa de bondad tan dulce, que tuve la seguridad de que era mi abuela".
2 comentarios:
La belleza literaria es encontrar actual lo que se escribió hace años. Y eso los convierte en clásicos. Yo leí en el instituto "Tiempo de silencio" de Martín Santos. Años después lo descubrí de nuevo, al punto de convertirse en mi novela de referencia. Su juego del lenguaje y los escenarios que describe... conser de la misma época que el Nada de Laforet, permanecen. ¡Y si no que se lo digan a los "callejeros" de Cuatro!
No he leído "Tiempo de silencio". Así que me lo apunto en milista de próximas lecturas... Gracias por tu comentario. Un saludo
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