Tres horas y media de viaje en tren dan para mucho: dormir, leer, comer algo, escuchar música, hablar por teléfono... Y también para ver una película. Hace unos días mi amigo Lázaro y yo aprovechamos para recuperar un auténtico clásico: La gata sobre el tejado de zinc (1958), basado en la obra teatral homónima de Tennesse Williams, dirigida por Richard Brooks y protagonizada por Elizabeth Taylor, Paul Newman y Burt Ives, entre otros.
A pesar de ser un gran aficionado al cine, hasta ahora no había tenido la oportunidad de ver este inmortal drama; y debo decir que ya lo he incluido en mi lista de películas favoritas. La escenografía, la música, los diálogos, la fotografía...; todo encaja a la perfección en esta cinta nominada a seis Oscar de Hollywood, pero injustamente tratada en su momento. Para empezar, cuando se estrenó recibió múltiples reproches por parte de la crítica especializada y del propio Tennesse Williams, que consideraban que la adaptación no había sido lo suficientemente fiel al texto original, sobre todo al matizar un secreto del pasado del personaje de Newman básico para entender la historia (no lo voy a revelar, tranquilos).
Polémicas aparte, su director consiguió imprimir un ritmo cinematográfico que atrapa a un relato teatral que transcurre en un espacio muy reducido. La ambición, los secretos familiares, la muerte y la maternidad son algunos de los temas que aborda este drama sureño, a través de unos diálogos duros, apasionados y repletos de reproches.
Mención especial merece el cuadro actoral. Paul Newman borda el que, para muchos, es su papel más brillante, con una interpretación contenida de un hombre derrotado que bebe para olvidar, que rechaza a su familia y se desprecia a si mismo. Se aleja, pues, de su clásico rol de seductor encantador, aunque en la última secuencia vuelve a conquistar al espectador con su hipnótica mirada. Los veteranos Burt Ives y Madeleine Sherwood, que encarnan a los padres de Brick (Newman), dibujan con las dosis justas de orgullo, dolor y sensibilidad unos personajes magistrales. Completan el reparto un sólido Jack Carson y la entrañable Judith Anderson, quien tal vez involuntariamente aporta la nota cómica a esta tragedia griega sobre las relaciones personales.
Y dejo para el final mi opinión sobre esa felina codiciosa con uñas afiladas, pero tierna a la vez, que interpreta Elizabeth Taylor, el auténtico motor de la película. Aunque Tennesse Williams quería que Vivien Leigh, la inolvidable Escarlata O'Hara, fuera quien diese vida a Maggie, lo cierto es que resulta difícil imaginar una gata más sensual, arrogante y tierna que Taylor, que logra seducir con su personaje de dos caras, dobles intenciones y múltiples anhelos. Cada secuencia con Newman se convierte en una batalla de talentos sin concesiones, llena de medias verdades y medias mentiras, de los desprecios de él y las súplicas de ella, de las palabras contenidas de Brick y la falsa inocencia de Maggie. Ambos se mueven por un terreno inestable, un tejado que se resquebraja; pero es la mujer quien da los pasos más arriesgados, quizá por ambición o quizá por amor. De modo que gracias a la habilidad de Taylor para transmitir tantas emociones, el resto de los actores brillan con más fuerzas. Inolvidable la escena en la que, con la misma maestría que Gilda con su guante, Liz se desprende de su ropa para quedarse en combinación ante la indiferencia de su marido. Como curiosidad, hay que decir que durante este rodaje, la actriz recibió la noticia de la muerte de su entonces esposo el productor Mike Todd en un accidente aéreo. Seguramente Maggie no tendría tanto magnetismo si este trágico suceso no se hubiese producido. O sí...
En una época en la que los efectos visuales tienen tanta o más importancia que los guiones, y en la que jóvenes intérpretes sin talento se convierten en estrellas de la noche a la mañana (muchas voces creen que en el futuro los actores serán sustituidos por personajes informáticos), es conveniente echar la vista atrás y revisar obras maestras como La gata sobre el tejado de zinc (caliente). A lo mejor estamos en un momento en el que el talento se encuentra demasiado encorsetado por las pretensiones de las grandes productoras o de un público poco exigente. O quizá hemos interiorizado demasiado aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor; vaya usted a saber. En cualquier caso, lo que resulta indiscutible es que hoy en día quedan pocos actores tan completos como Taylor y Newman, gata ella y presa él, con dos miradas que traspasan la pantalla, dos mitos inmortales en ese tejado de zinc (caliente) que es la industria del cine.
Polémicas aparte, su director consiguió imprimir un ritmo cinematográfico que atrapa a un relato teatral que transcurre en un espacio muy reducido. La ambición, los secretos familiares, la muerte y la maternidad son algunos de los temas que aborda este drama sureño, a través de unos diálogos duros, apasionados y repletos de reproches.
Mención especial merece el cuadro actoral. Paul Newman borda el que, para muchos, es su papel más brillante, con una interpretación contenida de un hombre derrotado que bebe para olvidar, que rechaza a su familia y se desprecia a si mismo. Se aleja, pues, de su clásico rol de seductor encantador, aunque en la última secuencia vuelve a conquistar al espectador con su hipnótica mirada. Los veteranos Burt Ives y Madeleine Sherwood, que encarnan a los padres de Brick (Newman), dibujan con las dosis justas de orgullo, dolor y sensibilidad unos personajes magistrales. Completan el reparto un sólido Jack Carson y la entrañable Judith Anderson, quien tal vez involuntariamente aporta la nota cómica a esta tragedia griega sobre las relaciones personales.
Y dejo para el final mi opinión sobre esa felina codiciosa con uñas afiladas, pero tierna a la vez, que interpreta Elizabeth Taylor, el auténtico motor de la película. Aunque Tennesse Williams quería que Vivien Leigh, la inolvidable Escarlata O'Hara, fuera quien diese vida a Maggie, lo cierto es que resulta difícil imaginar una gata más sensual, arrogante y tierna que Taylor, que logra seducir con su personaje de dos caras, dobles intenciones y múltiples anhelos. Cada secuencia con Newman se convierte en una batalla de talentos sin concesiones, llena de medias verdades y medias mentiras, de los desprecios de él y las súplicas de ella, de las palabras contenidas de Brick y la falsa inocencia de Maggie. Ambos se mueven por un terreno inestable, un tejado que se resquebraja; pero es la mujer quien da los pasos más arriesgados, quizá por ambición o quizá por amor. De modo que gracias a la habilidad de Taylor para transmitir tantas emociones, el resto de los actores brillan con más fuerzas. Inolvidable la escena en la que, con la misma maestría que Gilda con su guante, Liz se desprende de su ropa para quedarse en combinación ante la indiferencia de su marido. Como curiosidad, hay que decir que durante este rodaje, la actriz recibió la noticia de la muerte de su entonces esposo el productor Mike Todd en un accidente aéreo. Seguramente Maggie no tendría tanto magnetismo si este trágico suceso no se hubiese producido. O sí...
En una época en la que los efectos visuales tienen tanta o más importancia que los guiones, y en la que jóvenes intérpretes sin talento se convierten en estrellas de la noche a la mañana (muchas voces creen que en el futuro los actores serán sustituidos por personajes informáticos), es conveniente echar la vista atrás y revisar obras maestras como La gata sobre el tejado de zinc (caliente). A lo mejor estamos en un momento en el que el talento se encuentra demasiado encorsetado por las pretensiones de las grandes productoras o de un público poco exigente. O quizá hemos interiorizado demasiado aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor; vaya usted a saber. En cualquier caso, lo que resulta indiscutible es que hoy en día quedan pocos actores tan completos como Taylor y Newman, gata ella y presa él, con dos miradas que traspasan la pantalla, dos mitos inmortales en ese tejado de zinc (caliente) que es la industria del cine.
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