domingo, 6 de junio de 2010

MARCAPÁGINAS: CAPERUCITA EN MANHATTAN

"Entre el atropellado ir y venir de los viajeros que se adelantaban unos a otros, se empujaban y se cruzaban sin mirarse, una niña, totalmente ignorada por ellos, lloraba silenciosamente con los ojos bajos y la espalda apoyada en la pared del paso subterráneo. Podría tener unos diez años. Llevaba un impermeable encarnado con capucha, y al brazo, enganchada por el asa, una cesta de mimbre cubierta por una servilleta a cuadros.
Miss Lunatic se detuvo a mirarla y en seguida comprendió por qué le había emocionado tanto aquella inesperada visión. Le recordaba muchísimo a la Caperucita Roja dibujada en una edición de cuentos de Perrault que ella le había regalado a su hijo, cuando era pequeño".

Aunque Caperucita en Manhattan se esconde en las estanterías de la sección juvenil de las librerías, lo cierto es que es un cuento que también los adultos degustan con curiosidad y sin pausa. Amena, tierna y en algunos momentos sensiblona, esta versión moderna del clásico relato inmortalizado por Charles Perrault sitúa su acción en el Nueva York actual. El lector se convierte en testigo de excepción de cómo Sara Allen, la fantasiosa Caperucita contemporánea, crece y se enfrenta a sus primeros peligros reales. Tendrá que escoger entre distintos patrones de conducta y, poco a poco, forjar su propia personalidad. Pero el camino es largo y es probable que en él se encuentre con muchos "lobos", de distintos tamaños y con diferentes intenciones. Lo importante es que Sara aprenda (y nosotros con ella), que a veces el lobo no deja de ser una víctima, un preso de los demás o de sí mismo; un ser sin libertad.
Carmen Martín Gaite concibe un relato fantástico, aunque en algunos pasajes intenta dotarlo de demasiada credibilidad, explicando minuciosamente cada acción y recreándose en detalles sin importancia. Poco amiga de las moralejas, la autora deja abierta su historia, para que cada lector saque sus propias conclusiones e imagine el futuro de Sara a su gusto.
Dos temas son habituales en buena parte de la producción literaria de Martín Gaite, y también están presentes en Caperucita en Manhattan: la libertad y la soledad en la mujer. Ya los observamos en Entre visillos, la primera como anhelo y la segunda como frustración. Aquellos personajes femeninos temían el escrutinio público de sus actos y la mera idea de quedarse "solas" les obsesionaba. En un contexto completamente distinto, la pequeña Sara Allen lucha, no sin cierto miedo, por ser libre con todas sus fuerzas y para ello utiliza su imaginación y crea su espacio propio. Nos enseña que la soledad pierde su carga negativa cuando es voluntaria. Y se convierte así en un requisito indispensable para alcanzar la libertad: únicamente aquellos que se acepten y sepan "estar solos", podrán ser libres (como su abuela). En cambio, existe otro tipo de soledad más peligrosa: aquella a la que se llega por la incomprensión de los demás. Por tanto, una soledad no elegida de un ser preso.
Todas las personas nos encontramos en algún momento de nuestras vidas ante el reto de construir nuestra libertad y, también todos, debemos enfrentarnos a la soledad; el hecho de que sea voluntaria o impuesta por los demás o por nosotros mismos a través de nuestros miedos, nos hará más o menos libres y, así, influirá en nuestra felicidad. Sin embargo, tal y como apunta la escritora, en el caso de la mujer resulta más complicado, porque a la inexperiencia se le suma un importante peso fruto de la tradición y la educación propia de una sociedad patriarcal. Poco a poco parece que dicho peso se va aligerando, pero todavía queda un largo camino por recorrer. Sin duda, "Caperucita Martín Gaite" nos sugiere la dirección correcta...
Para Caperucitas que todavía le tienen miedo a los lobos y que necesitan descubrir que, a veces, no son tan fieros como los pintan.

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