miércoles, 25 de enero de 2012

GRAN PANTALLA: ASCENDIENTES Y DESCENDIENTES

Comienza la temporada de premios cinematográficos, una época en la que las carteleras se llenan de películas interesantes, de directores y con intérpretes de primera fila, que llegan precedidas de campañas de publicidad bien estudiadas dirigidas a un público hambriento de buenas historias, tras el empacho de producciones facilonas navideñas. En las últimas semanas he tenido la oportunidad de ver dos de las cintas que más expectativas habían despertado: Los descendientes y Un Dios salvaje. Dos buenas propuestas, aunque con "peros".

UN DIOS SALVAJE
Para trasladar a la pantalla grande la obra de teatro homónima de la francesa Yasmine Reza, Roman Polanski se ha rodeado de cuatro actores carismáticos, enérgicos, polivalentes; distintos, pero complementarios. Cuatro intérpretes que se meten en la piel de personajes controlados, imperfectos, en constante pose, que conforme avanza el tiempo pierden la compostura, la educación e incluso la dignidad. Lo que comienza siendo un encuentro pacífico entre padres propiciado por una pelea de niños sin importancia deriva, poco a poco, en un partido de dobles entre las dos parejas y, después de darle muchas vueltas al asunto y con la ayuda del alcohol, desemboca en una batalla campal con las frustraciones al descubierto y los ataques personales como único armamento. Cada uno de los participantes en esta terapia de choque colectiva pasa por estados de ánimo extremos, un reto que Kate Winslet, Jodie Foster, Chistoph Waltz y John C. Reilly resuelven con nota. Eso sí, ellas ganan la partida con sus mujeres frustradas y descarnadas, al borde de la destrucción total.


Polanski se enfrentaba al reto de trasladar el teatro al cine y, aunque el resultado es bueno, Un Dios salvaje no es una película para todos los públicos. No la disfrutarán quienes esperen demasiada acción; el relato avanza progresivamente, pero a un ritmo lento, con unos diálogos sólo aptos para "culturetas" y dándole vueltas a unos argumentos que carecen de profundidad. Tampoco convencerá a aquellos que se agobien en los espacios pequeños; la mayor parte del metraje se desarrolla en una habitación. Echará de menos sentir a los personajes más cerca, así como poder elegir hacia dónde dirigir la mirada. Las tablas y la pantalla son terrenos distintos y necesitan elementos diferentes. 
Aún así, el conjunto funciona. El humor, administrado en pequeñas y sorprendentes dosis. La tensión, subiendo y bajando, subiendo y bajando hasta explotar. Las interpretaciones, insisto, sobresalientes. Y un final tibio, aunque con moraleja. Sí, se trata de una propuesta estática, pero atractiva. ¿Para paladares exquisitos? No, hombre, no es para tanto. Simplemente uno tiene que saber dónde se mete.            

LOS DESCENDIENTES
Para muchos es la película del año. Para mí, una más. Alexander Payne quiere conmover, pero sin que se note mucho. No busca carcajadas y, sin embargo, fuerza sonrisas. Intenta apoyar su trama sobre personajes peculiares y patina. Y lo peor: no profundiza. Vayamos por pasos. 
Su argumento hará las delicias de los amantes del melodrama lacrimógeno y de los telefilms de los fines de semana de Antena 3 TV: un hombre se ve obligado a replantearse su vida y la relación sus dos hijas tras el grave accidente que deja en coma a su mujer. A sus problemas personales se suma el hecho de que debe tomar una decisión definitiva respecto a la venta de unas valiosas propiedades familiares. Un panorama complicado que se agravará a medida que vaya descubriendo secretos que ni imaginaba.
Así, a priori, promete. Sin embargo, como decía, Los descendientes es un quiero y no puedo. Su director pone tanto empeño en evitar caer en un excesivo sentimentalismo, que consigue el efecto contrario: se echa en falta mayor carga dramática, menos frialdad, más intensidad. Carece de espontaneidad, le sobra riguidez y no puede esconder la etiqueta de producto políticamente incorrecto, pero con sobradas chispas de ecologismo, ironía  y  cosmopolitismo. La rebeldía y el sarcasmo representado por las dos hijas del matrimonio se traduce en indiferencia. La ternura se camufla con torpeza, porque se intuye a la legua. Las lágrimas están marcadas en el guión sin disimulo. No es que sea previsible. Quizá es más acertado hablar de carencia de emoción y exceso de pose. Se intuye la influencia de producciones recientes como Pequeña Miss Sunshine o Juno (familias desestructuradas, dilemas morales afrontados con frescura, encantadores personajes caricaturescos, perdedores que nunca ganarán...) y, aún así, huele a prefabricado. A mí me dejó frío. Talvez tanta publicidad positiva y tanto elogio previo le perjudique. Porque una de las peores cosas que se puede decir de una película es "pues no es para tanto".

Algo parecido ocurre con el trabajo de su protagonista absoluto: George Clooney. "El mejor papel de su carrera", reza el anuncio de televisión. Y qué queréis que os diga, Clooney cumple, lo hace muy bien, aguanta los primeros planos y convence, pero "tampoco es para tanto". Su personaje está lleno de matices y él responde a la perfección. Sin embargo, su trabajo no luce tanto como el de Jean Dujardin, el protagonista de The Artist, un rol redondo, inolvidable, magistral. Parece que entre ellos se decidirá el Oscar al mejor actor de 2011. Y aunque la Academia de Hollywood adora a Clooney, sería una injusticia que el francés volviera a casa sin premio. On verra...
Inujsto es también que la actriz que da vida a la hija adolescente, Shailene Woodley, no haya sido nominada como intérprete de reparto porque es, sin duda, el gran descubrimiento de la película. Una joven intérprete con una fuerza salvaje y un talento indiscutible. 
Los Descendientes utiliza la isla de Hawai como escenario y, ya de paso, como excusa para lanzar un discurso ecologista gratuito, banal y poco conmovedor. Es lo que tiene meter demasiados ingredientes en la olla.
A pesar de todo lo dicho, les recomiendo que vayan al cine a verla. No se aburrirán y les invitará a pensar en el destino y en lo complicada que es o hacemos la vida. En cualquier caso, un producto digno. Y eso ya es mucho. 

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