sábado, 15 de septiembre de 2012

MARCAPÁGINAS: PEYTON PLACE

Contance era una mujer hermosa que siempre se había enorgullecido de ser testaruda. A los diecinueve años vio las limitaciones de Peyton Place y, pese a las protestas de su madre viuda, fue a Nueva York con la idea de conocer a un hombre de dinero y posición, trabajar para él y finalmente casarse con él. Se convirtió en secretaria de Allison MacKenzie, un escocés bien parecido y bondadoso que poseía una tienda floreciente de telas importadas. A las tres semanas, él y Constance ya eran amantes y al año fueron padres de una niña que Constance bautizó con el nombre de su padre. Allison MacKenzie y Constance Standish no llegaron a casarse, pues él tenía ya esposa y dos hijos (...).
Constance, que recordaba haber crecido en una ciudad pequeña, sabía muy bien lo que significaba ser blanco de las habladurías (...). En sus peores pesadilla oía las voces de Peyton Place".

Una sociedad está en su derecho de pretender esconder en un cajón cerrado con llave todo aquello que le avergüenza y le resta prestigio: secretos inconfesables, relaciones incestuosas, familias enfrentadas, episodios de alcoholismo...  Lo dicho, es legítimo. El problema surge cuando alguien intenta abrir ese cajón por curiosidad o, simplemente, para hacer daño. En la ficticia comunidad de Peyton Place, como en tantas otras, los trapos sucios atraen las miradas indiscretas; las faltas, reales o ficticias, pesan como una losa; y la memoria es selectiva y caprichosa. Se buscan los pecados del prójimo y, al mismo tiempo, se camuflan y niegan los propios. Doble moral, incoherencia... Da igual cómo lo cataloguemos; el caso es que todos huimos de llevar marcada sobre la piel la letra escarlata que nos condene de cara a nuestros vecinos. De puertas para adentro, los instintos a veces se desbocan; pero, en el fondo, nos aterra la idea de que nos observen por la mirilla. 
La trama de Peyton Place se sitúa en Estados Unidos en la década de los 50 del pasado siglo, pero bien podría localizarse en cualquier otra época y lugar. Sólo hay que leer un periódico para entenderlo. Por ejemplo, hace unos días una concejal de la pequeña localidad de Los Yébenes (Toledo), atraía la atención mediática por la filtración en Internet de un vídeo en el que se le veía masturbándose. Lo que debería haberse quedado en una simple anécdota a lo Bridget Jones se ha convertido en portada de periódicos, apertura de informativos y asunto de debates públicos y privados. Y como colofón, la condena de sus conciudadanos en forma de gritos e insultos. Probablemente, algunos de los que los profieren escondan miserias menos banales, pero se escudan en el hecho de que no han visto la luz. 
Peyton Place, escrito por Grace Metalious y publicado en 1956, escandalizó a una sociedad poco acostumbrada a mostrar su trastienda. Abusos sexuales, infidelidades, malos tratos, conductas delictivas y muertes violentas llenan sus páginas. La autora recibió enormes críticas por sacar al escaparate las vergüenzas prohibidas y, sobre todo, por hacerlo sin tapujos y con naturalidad. Al parecer, algunas de las tramas más escabrosas estaban inspiradas en vivencias reales de personas de su entorno; algo que no le perdonaron.
La novela, todo un referente para guionistas de culebrones, fue llevada al cine, con Lana Turner a la cabeza, y más tarde a la televisión, con Mia Farrow, Dorothy Malone y Ryan O'Neal. No supone un ejercicio de alta literatura, pero entretiene e invita a reflexionar sobre las cadenas que, todavía hoy, nos imponemos unos a otros sin piedad ni compasión.
Para devotos del voyerismo dramático y de la telenovela sin máscaras ni artificios.

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