lunes, 12 de mayo de 2014

TROTAMUNDOS: A LA MEMORIA DE GONZALO PÉREZ DE JUAN

A veces es difícil saber hasta qué punto las experiencias que hemos vivido nos marcan y determinan como personas. Uno echa la vista atrás y se sorprende al comprobar que determinados momentos que se vivieron con intensidad, con felicidad o sufrimiento, han terminado por acomodarse en la memoria como simples anécdotas que, silenciosas, descansan en un lugar discreto: una amistad, un amor, un libro… Sin embargo, hay otras vivencias que en su momento pasaron casi desapercibidas, bajo la apariencia de la normalidad, y que el tiempo termina por demostrar que esconden una carga simbólica que a la postre sí que ha sido fundamental a la hora de entendernos como personas. A este último tipo de experiencias pertenece el recuerdo que tengo de una de las personas más entrañables y cercanas que he conocido, Gonzalo Pérez de Juan, el profesor que tuve cuando cursaba yo 4º de ESO en el instituto de Alberic, fallecido recientemente, el pasado 23 de abril.
Gonzalo impartía clases de Lengua Castellana y Literatura, mi asignatura favorita, cuando contaba yo con 16 años y acudía al instituto de Alberic. El hecho de ser relativamente joven y tener el mismo nombre que yo (que nunca fue excesivamente común) supongo que ayudó a que entre los dos se crease una complicidad especial. Ahora entiendo lo importante que pueden llegar a ser los profesores en nuestra vida. Aunque no queramos, en realidad los docentes no formamos estudiantes, sino personas. Gonzalo era un tipo cordial, cercano en el trato, bromista, campechano. Alguien no sólo empeñado en enseñarnos a leer y escribir correctamente, sino en conocer nuestras inquietudes, en tratar de satisfacerlas de la forma más amena posible. Recuerdo analizar en clase canciones de grupos de música del momento, comentar películas de aquellos años y hasta reflexionar sobre cuál era la mejor manera de ser creativo y original a la hora de encarar un texto.

El encuentro que no pudo ser
Pasaron los años del instituto y empecé los estudios universitarios. El recuerdo de Gonzalo siempre me acompañó de un modo agradable, pero sin demasiada vehemencia. La vida me llevó al final a dedicarme profesionalmente a la enseñanza, impartiendo clases de Lengua Castellana y Literatura, la misma que me dio Gonzalo a mí. Evidentemente, eso terminó por demostrarme lo importante que fue en su momento tener profesores como él, gente cercana y agradable, con los que podías identificarte, que vivían su asignatura con pasión. Eso nos demostraba a los alumnos que en realidad la cultura no era algo tan ajeno a nosotros, que no pertenecía a un mundo paralelo al nuestro.
Después de muchos años, más de quince, conseguí localizar a Gonzalo. Yo sabía ya que él había estado luchando contra un cáncer, así que el mes pasado le escribí para comentarle que me gustaría quedar un día a comer con él, lo que le alegró enormemente. Mis palabras de agradecimiento le demostraban, me comentaba, que a pesar de todo, el trabajo de profesor merecía la pena. Pero desgraciadamente, el encuentro no se producirá porque mi profesor de lengua y literatura falleció el pasado 23 de abril. Dentro de la mezcla de sentimientos negativos que me produjo escuchar la noticia, había también cierta sensación de alivio, por al menos haber llegado a decirle a tiempo, aunque fuese por escrito, lo mucho que recordaba su figura. Pero por muchas ganas que tuviésemos, ya no podremos hablar de aquellos años, ni de cómo le fue la vida, ni podré entregarle el regalo que ya tenía comprado, envuelto y listo para dárselo. Supongo que lo dejaré en mi estantería, sin abrir, intacto, como quedará siempre también su recuerdo en mi memoria. Dicen que con la literatura y con el lenguaje en general uno puede ajustar cuentas con la realidad, acomodar su vida al sentido que quiera otorgarle. Gracias al lenguaje podemos narrar y contar la historia, nuestra historia. Y como no quería resignarme a que el relato que nos unía a los dos terminase en ese intento fallido de encuentro, decidí escribir un artículo, éste, a modo de pequeño homenaje, de pequeña venganza ante lo que nos ha arrebatado su muerte. Utilizar las palabras y el idioma que él mismo me enseñó a cuidar y respetar para mostrarle desde aquí mi agradecimiento. Puede que éste sea un buen regalo que al menos compense mínimamente el que él me ofreció a mí, que fue poder conocerlo como profesor y como persona.

GONZALO FERRADA
- Periodista y profesor de literatura -

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Aunque un poco tarde para escribir estas palabras (pues me enteré ayer de su fallecimiento), subrayo todo lo que has dicho. Yo fui compañera suya de instituto y fue uno de los mejores compañeros que he tenido.

Descanse en paz.

Irene Pérez Blasco dijo...

Querido Gonzalo:
Muchas gracias por tus palabras. Hoy vuelvo sobre ellas y me siguen emocionando profundamente. Hace nueve años, la primera vez que las leí, tan solo era una niña; ahora, por fin, me animo a contestarte.
Me llena de alegría conocer tu historia. Mi padre, sin duda, fue una persona ejemplar, pocos podrán igualarle en fortaleza y bondad. El 23 de abril nuestro maestro conoció la libertad, no podía ser de otra forma, como muchas grandes figuras de la literatura, también el Día del Libro.
Gracias, de nuevo, por este precioso y conmovedor homenaje. Tus palabras quedarán enmarcadas en la memoria. Ya sabes que en la escritura todo se eterniza. Sus enseñanzas, sobre todo vitales, nos acompañarán toda la vida. In memoriam. Siempre.
Un fuerte abrazo,
Irene Pérez Blasco.