Cada etapa histórica, cada periodo literario, requiere no sólo de un modo de expresión concreto, sino también un marco discursivo, un modelo particular que canalice dicha expresión y que esté en consonancia con las circunstancias que la determinan. El teatro fue un género literario fundamental en la Grecia Clásica, por ejemplo, en tanto que permitía vehicular, gracias a su dramatismo y vivacidad, el sentimiento trágico que esta civilización sentía frente a la idea de destino y libertad. También lo fue en el Barroco y el Romanticismo, que además se valieron de la intensidad de la poesía, frente a la novela, más explotada en la época del Realismo, por su carácter amplio, más en consonancia con la necesidad de realizar análisis minuciosos y psicológicos de la sociedad y los individuos. A raíz de estas reflexiones creo que es un ejercicio muy interesante tratar de dilucidar qué género es el más apropiado para el momento actual, qué fórmula puede adecuarse mejor a esa necesidad que ha tenido el ser humano de contarse historias, de expresar sus sentimientos frente a la vida.
Más interesante resulta el tema si atendemos a lo que muchos escritores vienen vaticinando desde hace algunos años: la novela, como género en evolución, es un modelo agotado. Eso no significa que no pueda seguir perviviendo, pero no puede ofrecer nuevas fórmulas, ni reinventarse. ¿Qué canalizará entonces la ficción en los principios del Siglo XXI?, ¿qué nuevo cauce de expresión usará la fuerza de su nacimiento para, recogiendo las posibilidades que ofrece esta nueva era, ofrezca una visión nueva y fresca sobre nuestro mundo, sobre nuestras relaciones? Sea lo que sea, resulta indudable que, en la era Internet y los móviles, lo audiovisual ocupará un papel importante en ello. En ese sentido, creo que el mundo de las series televisivas, que hasta ahora parecía vivir muy a la sombra del cine, están sabiendo leer muy bien la partida. Aprovechando la infinidad de posibilidades que su lenguaje ofrece, están incorporando a sus esquemas, algo encorsetados hasta el momento, las enormes ventajas que la novela ofrece a la hora de configurar una historia humana y real.
De Don Quijote a Tony Soprano
Suele situarse la publicación de Don Quijote de la Mancha como el nacimiento de la novela moderna. Frente las novelas de caballería y sentimentales del Medievo, maniqueas y predecibles, la gran obra del manco de Lepanto se levantaba como monumento a la ambigüedad, a la evolución de los personajes, a los matices con que la experiencia va moldeando la vida de los personajes en la novela. Nunca queda claro si Don Quijote es un loco o un sabio, si la obra es una tragedia o una comedia, si hay que dejarse llevar por las ilusiones y ser feliz o mostrarse alerta frente a los engaños del mundo. Todas estas incógnitas que despertaba la obra son las mismas que desde entonces tratan de plantearse en todas las novelas, que como metáfora de la vida pretenden hacernos avanzar más con preguntas que con respuestas. Y esas preguntas son las que el mundo actual de las series de actualidad están incorporando a sus planteamientos de ficción. El hecho de que este modelo permita, en contraposición al cine, extenderse en sus historias puede ser uno los factores que explique este fenómeno, que parece sacar a flote la extraña idea de que, en lugar del mundo del cine, la serie se sitúa, por estructura y lenguaje, más cerca de las series televisivas. Centrémonos en los planteamientos de dos de las entregas que más éxito han cosechado para tratar de demostrar esta teoría: Los Soprano y Breaking Bad, ambas separadas en el tiempo pero similares en cuanto a temática, tanto que la segunda puede considerase como evolución de la primera.
Los Soprano, interpretada por el malogrado James Gandolfini y estrenada en 1999, nos cuenta la historia de un mafioso que sufre de ataques de pánico provocados por una depresión que parecía estar latente y que choca de lleno con lo que se supone que debe ser el mundo masculino y sin escrúpulos de la mafia. Se trata, por recurrir a una imagen ilustrativa, del tiburón vegetariano. Como él, también el resto de personajes aparecen caracterizados con rasgos y trazos contradictorios, configurando con ello un universo tan particular que la moralidad que envuelve a la serie (y contagia también al espectador), provoca que sea difícil dilucidar dónde está el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto. A los pocos capítulos de la temporada, el espectador se sorprende de identificarse con un panda de mafiosos que matan, roban y extorsionan sin miramientos. Pero, ay, es que sus miedos, inseguridades y contradicciones hacen de ellos algo tan humano, tan creíble… Desde luego, mucho más que la impasible policía que les persigue y acosa sin descanso.
Si en Los Soprano se parte de una situación moralmente reprobable (el mundo de la mafia), para mostrarnos, a medida que avanza, ese lado peligrosamente blanco y comprensible de sus personajes, en Breaking Bad se sigue el proceso inverso. Se parte de una situación moralmente aceptada como buena, como es la vida tranquila y familiar de un profesor de clase media-alta norteamericana, para ir enseñando poco a poco lo fácilmente comprensible y hasta correcto que es tomar el camino oscuro que, poco a poco, nos va atrapando hasta llevarnos a un callejón sin salida. Walter Wait, su protagonista, decide, tras ser diagnosticado de cáncer, lanzarse al mundo de tráfico de drogas para poder dejar cubierta económicamente a una familia, la suya, que desconoce las peripecias y los malabares que él debe realizar para llevar a buen puerto su doble vida.
Sitio para todos
Ambigüedad, evolución y transgresión en la técnica narrativa parecían ser, históricamente, herramientas de la novela. Las series norteamericanas han sabido absorber estas técnicas para conjugarlas con las propias del lenguaje audiovisual, como son el poder de la imagen y la calidad de las interpretaciones de los actores, para añadirles, además, esos giros tan agresivos como inesperados de los argumentos, que sorprendentemente no rompen el principio de verosimilitud, sino que más bien juegan a favor de la tensión y la sorpresa narrativas.
Personalmente, no creo que las series terminen por desplazar el espacio que ocupa la novela. A pesar de todo, cada género maneja unos códigos propios que hoy en día aún tienen vigencia. Pero creo que, al menos desde un punto sociológico y literario, hemos asistido a un fenómeno muy interesante y que, al igual que sucedió con el teatro (que hoy en día goza de menos popularidad), puede hacer bascular los intereses culturales de un público ávido de encontrar nuevos cauces de expresión que expliquen el también nuevo tiempo que vivimos.
GONZALO FERRADA
- Periodista y profesor de literatura -
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