Recuerdo que, hace años, en un curso relacionado con la enseñanza, la profesora nos preguntó qué valores o elementos considerábamos primordiales en nuestra vida y, por ende, prioritarios a la hora de transmitir a los niños en la escuela. La mayoría de alumnos colocó en primer lugar a la familia. Muchos destacaron también conceptos como el esfuerzo, la solidaridad, la amistad, la ética... Cuando llegó mi turno, ésta fue mi respuesta: la capacidad para ilusionarme. La tutora, sorprendida, me pidió que lo explicara. "Ser capaz de levantarme cada mañana con ganas, sin apatía". Algo así debí responder. Ha pasado aproximadamente una década y continúo pensando exactamente lo mismo.
Las circunstancias y los pies no siempre nos dirigen al lugar donde querríamos estar. En ocasiones, uno se da cuenta enseguida; otras veces, son necesarios muchos golpes. Lo que parecía divertido, puede tornarse tedioso. Cuesta reconocerlo, reconocerse. Pero es más cómodo seguir metido en esa encrucijada que intentar salir. Y no hay botón de pausa, ni de rebobinado. Tampoco de volver a empezar.
Begin again muestra que la redención es posible. Da igual si para ello haya que agarrarse a la coherencia, al perdón o, simplemente, al instinto de supervivencia. Igual el camino marcado no es el tuyo. Si lo es, adelante; sino, anda en otra dirección. ¿Equivocarse? Es una posibilidad. ¿Y?
Su director, John Carney, responsable de la también musical
Once, mezcla en Nueva York a personajes que, un buen día, perdieron el equilibro con otros que aspiran a alcanzar metas sin percibir las cuerdas que les pueden condenar a ser marionetas. Y de fondo de esta encrucijada de engaños, sueños, arrepentimientos y destinos aparentemente incompatibles, la música; temas que exhalan fracasos, letras que mendigan perdones y sonidos que revelan que no estamos solos. La ciudad, con su mundanal ruido, "suena" como un instrumento más para enfatizar tantas emociones mal digeridas, tanta pasión descarriada. Quedan para el recuerdo escenas mágicas: de orquestas con componentes invisibles; del placentero paseo nocturno con banda sonora vital de desconocido; de coros con voces espontáneas; y de reconciliaciones paternofiliales al ritmo de guitarra eléctrica.
Pero, sobre todo, más allá de su potente B.S.O. y de su buenrollismo "indie popero", lo mejor de
Begin again es su mensaje, que enlaza perfectamente con la idea con la que arrancaba este artículo: no vale la pena vivir si uno no es capaz de ilusionarse cada día. Piénselo. Y, si no le he convencido y es usted de los que cree que lo único que le rodea es mierda, seleccione sus canciones preferidas, póngase unos cascos y láncese a las calles; deseo que, como a los protagonistas de la historia que nos ocupa, le sirva para recuperar las ganas de regresar a la casilla de salida y darse una nueva oportunidad.
Hay películas que no deberían acabarse nunca... Ésta es una de ellas.
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