jueves, 14 de marzo de 2024

OPPENHEIMER Y LOS SIETE OSCAR(CITOS)

Aunque habría lucido mucho más moderno y desenfadado con el traje rosa flúor con lentejuelas de Ryan Gosling, la Academia decidió que el Óscar terminara la 96ª ceremonia de sus premios vestido de arriba a abajo de Oppenheimer. ¡Hasta con el sombrerito! Los pronósticos acertaron: el biopic de Christopher Nolan acumuló la nada desdeñable cifra de siete estatuillas de las 13 a las que aspiraba (Mejor Película, Dirección, Actor Principal y de Reparto, Montaje, Fotografía y Banda Sonora) lo que la sitúa a la altura de su predecesora, Todo a la vez en todas partes, y de clásicos inmortales como Lawrence de Arabia, El golpeMemorias de África o La lista de Schindler.
Nolan se coronaba, por fin, en una parroquia que durante dos décadas le ha sido esquiva y le miraba de reojo con recelo y tibieza, quizá por su osadía, la complejidad narrativa de sus proyectos y la devoción que éstos generan en un amplio sector del público. No es casual que, desde El retorno del rey (2003), ninguna ganadora del Óscar haya recaudado tanto en taquilla como Oppenheimer. Espectadores e industria coinciden en rendirse ante una producción ambiciosa y artesanal que mezcla géneros cinematográficos para diseccionar una figura controvertida y contradictoria y un dilema histórico con graves consecuencias hasta nuestros días. Ya lo dijo Cillian Murphy al agradecer su distinción como Mejor Actor: "Rodamos una película sobre el hombre que creó la bomba atómica y, para bien o para mal, todos vivimos en el mundo de Oppenheimer". Y dedicó su triunfo a quienes luchan por la paz. 

No fue la única referencia a la tensa crisis geopolítica internacional actual. El periodista y premio Pulitzer Mstyslav Chernov, responsable de 20 días en Mariúpol, Mejor Documental del año, pronunciaba el discurso más rotundo y conmovedor de la noche: Éste es el primer Óscar en la historia de Ucrania y me siento honrado. Pero desearía no haber hecho nunca esta película. Desearía cambiar este Óscar por que Rusia no hubiese ocupado mi país, nuestras ciudades; por que Rusia no hubiese matado a miles de compatriotas míos. No puedo cambiar el pasado, pero juntos y con ustedes podemos asegurarnos de que la historia refleje lo que ocurrió, la verdad. Que las víctimas no se olviden jamás".
Mientras en los alrededores del Dolby Theatre un millar de manifestantes protestaban y ondeaban banderas palestinas, invitados como Billie Eilish o Mark Ruffalo portaban en las solapas de sus chaquetas un pin de color rojo del colectivo Artists4Ceasefire, que exige un inmediato y permanente alto el fuego y la entrega de ayuda humanitaria en Gaza, así como la liberación de los rehenes que continúan retenidos. La reivindicación sobre este asunto llegó al escenario de la mano de Jonathan Glazer, director de la británica La zona de interés. Condenó la insostenible situación en Oriente Próximo y advirtió de los riesgos de "la deshumanización". “Ahora comparecemos aquí como hombres que se niegan a que su judaísmo y el Holocausto se vean secuestrados por una ocupación que ha conducido al conflicto a tantos inocentes, ya sean las víctimas del 7 de octubre en Israel o del ataque que se está cometiendo en Gaza. Todos son damnificados de esa deshumanización. ¿Cómo lo soportamos?”, denunció. Precisamente, esta cinta, ambientada en Auschwitz en 1943 y elegida Mejor Película Internacional, reflexiona sobre la ruindad y la insensibilidad ante el dolor ajeno sin necesidad de recurrir a mostrar de manera explícita el horror de lo que acontecía en el interior de los campos de concentración. El espectador no lo ve, pero lo oye a través de gritos, ruidos de maquinaria, disparos... No es de extrañar, pues, que consiguiera un segundo trofeo por su sonido, que deviene en un personaje con entidad propia fundamental en el relato.

 
Fue un espectáculo sobrio y más corto de lo habitual (casi tres horas y media; menos de lo que dura Los asesinos de la luna), y con algunos golpes de efecto hilarantes. Como cuando el presentador, Jimmy Kimmel, animó al actor y luchador John Cena a salir a escena como su madre le trajo al mundo. No era un gag gratuito: se cumplían 50 años de aquel insólito e incómodo instante en el que un exhibicionista irrumpió en la gala provocando la flemática indiferencia de David Niven. En esta ocasión, y después de hacerse el tímido, Cena se plantó con todos sus músculos al aire ante el respetable y cubriendo sus atributos únicamente con el sobre que contenía el nombre de los ganadores al Mejor Vestuario. Original recurso para introducir una categoría que se había planteado como un duelo entre la artífice del armario de Barbie, la dos veces laureada Jacqueline Durran (Anna Karenina y Mujercitas), y Holly Waddington, por Pobres criaturas. Y, pudiendo escoger los mil y un trapitos multicolor de la muñeca rubia de Mattel, el Óscar se enfundó los ropajes excesivos, voluminosos y llenos de simbolismo que desfilan por el irreverente cosmos de Yorgos Lanthimos y van evolucionando conforme su heroína, Bella Báxter, descubre el placer, la degradación y la libertad.

También le habría sentado fenomenal el exclusivo diseño de Louis Vuitton que le jugó una mala pasada a Enma Stone en el momento más inoportuno. Tanta entusiasmo puso durante el número musical de su amado "Sebastian" Gosling que se le rasgó por la espalda justo antes de recoger su reconocimiento como Mejor Actriz por Pobres criaturas. "¡Se me ha roto!", le explicaba nerviosa y afónica a sus entregadoras: Michelle Yeoh, Charlize Theron, Sally Field, Jessica Lange y Jennifer Lawrence. A ésta última, que recordemos que se tropezó en la escalinata al subir a por su estatuilla por El lado bueno de las cosas en 2013, el percance de su compañera le debió de parecer una minucia. Pero vayamos a lo toca. Se despejó una de las pocas incógnitas de la edición: Stone batió a su principal contrincante, Lily Gladstone, y a sus 35 años ingresó en el selecto club de las 15 mujeres con más de un premio como protagonista.
Ni los más optimistas apostaban por que la fábula gótica de Lanthimos acabaría la velada con cuatro recompensas en su palmarés, al vencer también en Diseño de Producción y, por sorpresa, en Maquillaje y Peluquería, para disgusto de Bradley Cooper. ¡Manda narices! (Nota: este chiste no lo entenderán si no han visto Maestro). El polifacético artista, que ha despertado cierta antipatía por el ansia desmedida por el galardón que algunos le achacan, asistió del brazo de su madre, como de costumbre. De entre las finalistas en la categoría reina, sólo se fueron con las manos vacías su biografía del compositor Leonard Bernstein, Vidas pasadas y Los asesinos de la luna. El caso de Martin Scorsese, de 81 años, resulta especialmente lastimoso: primero, porque contaba con 10 nominaciones; y, segundo, porque se da la macabra coincidencia de que ya vivió dos experiencias exactas, ¡idénticas!, con Gangs of New York (2002) y El irlandés (2019). Si después de eso no se vuelve supersticioso...

"Dios da pan a quien no tiene dientes", pensaría Scorsese. Mientras el genio neoyorkino aguantó la derrota estoicamente en el patio de butacas, su colega Wes Anderson no acudió a por su primer Óscar, al Mejor Corto de Ficción por La maravillosa historia de Henry Sugar, inspirado en un cuento de Roald Dahl. Tenía excusa: se hallaba en Alemania por el rodaje de su próxima creación. Tampoco recogió el suyo Hayao Miyazaki, autor de El chico y la garza (Mejor Película de Animación). El fundador de Studio Gibli prefirió quedarse en Japón, como cuando hace 22 años se lo otorgaron por El viaje de Chihiro
Se notó la estrategia de internacionalización de los Óscar emprendida en el último lustro, por ejemplo, con la victoria en Efectos Visuales de la nipona Godzilla: Minus One ante la estadounidense The Creator, que casi le sextuplica el presupuesto (15 millones de dólares frente a 80). Por cierto, curioso doble éxito japonés en el año de Oppenheimer y más si tenemos en cuenta que la acción de esta nueva aventura del famoso monstruo transcurre en la era del pánico nuclear, tras la Segunda Guerra Mundial.
A Francia se llevaron el Óscar al Mejor Guión Original el matrimonio formado por Arthur Harari y Justine Triet por idear la sensacional Anatomía de una caída, una obra nacida en medio del caos. "Esto va ayudarme con mi crisis de los 40. Este año ha sido una locura. Es el día del glamour. Y contrasta con el comienzo de esta película, porque estábamos confinados con dos niños y sumergidos en pañales", desveló Triet.

El premio al Mejor Guión Adaptado se quedó en casa. El debutante Cord Jefferson venció con American ficción, basada en la novela Erasure (2001), y aprovechó para demandar que se concedan más oportunidades a la gente que empieza. 
Como ven, se escucharon discursos para todos los gustos. El de Hoyte van Hoytema, director de fotografía de Oppenheimer, muy motivador: "A los cineastas con vocación, seguid intentándolo. No sabéis qué maravilla es el celuloide. Es más fácil y tiene mejor pinta de lo que imagináis". El sueco Ludwig Göransson, quien a sus 29 años sumaba una segunda estatuilla a la obtenida por la banda sonora de Black Panther (2018), les enviaba un mensaje a sus padres: "Gracias por darme guitarras y baterías en lugar de videojuegos”. Y una emocionadísima Da'Vine Joy Randolph, Mejor Actriz de Reparto por Los que se quedan, se decantó por la autoafirmación. "Tantas veces he querido ser diferente y ahora me doy cuenta de que sólo tenía que ser yo misma", confesó entre lágrimas.

Eso sí, nadie superó la alocución del otrora "chico malo" de Hollywood reconvertido en ídolo juvenil, superhéroe con prestigio y "revientataquillas": Robert Downey Jr.. Premiado por su rol secundario en la producción de Nolan, él ha experimentado lo que es bajar a los infiernos y estar a punto de desperdiciarlo todo por sus adicciones. Y, sin embargo, lejos de compadecerse, tiró de humor para agradecer el Óscar: "A mi terrible infancia y a la Academia, en ese orden. Y a mi veterinaria; quiero decir, a mi esposa. Ella me encontró siendo una mascota gruñona y me rescató. Me amó hasta devolverme la vida". También se acordó de su abogado, que le sacó de numerosos líos, y de su estilista. El auditorio aplaudió su naturalidad y su falta de pudor. 
Lamentablemente, no hubo suerte para las españolas Robot dreams, de Pablo Berger, y La sociedad de la nieve, que competía en Película Internacional y Maquillaje y Peluquería. Aún así, el recuerdo a los fallecidos en el accidente del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya que recrea con delicadeza Juan Antonio Bayona estuvo presente a través de Enzo Vogrincic: el actor adornaba su elegante traje de Loewe con un broche con la forma de la cordillera de los Andes. Bonito detalle.

Como bonito fue el tradicional In memoriam. Andrea Bocelli y su hijo Marco cantaron el Con te partiro en ingles al tiempo que las pantallas reproducían los rostros de Glenda Jackson, Jane Birkin, Michael Gambon, William Friedkin, Piper Laurie, Treat Williams, Tom Wilkinson, Glynis Johns, Alan Arkin, Ryan O'Neal, Matthew Perry, Tina Turner... y otros muchos profesionales del show business desaparecidos recientemente.
Jimmy Kimmel supo inyectar las dosis justas de frivolidad. Como cuando se dirigió a Greta Gerwig, Margot Robbie y Ryan Gosling para "consolarles" por el ninguneo de la Academia: "Aunque no ganéis el Óscar, habéis ganado una cosa más importante: la lotería genética". O al mencionar la huelga que paralizó la industria durante meses: "Gracias al acuerdo al que se llegó, los actores y actrices no tienen que preocuparse de que les sustituya la inteligencia artificial; ahora sólo tienen que preocuparse de que les sustituyan otros intérpretes más jóvenes y más guapos".
También hubo espacio para la nostalgia, con el reencuentro de Arnold Schwarzenegger y Danny Devito,  inolvidable pareja de Los gemelos golpean dos veces (1988); para la ternura, provocada por Messi, el precioso border collie de Anatomía de una caída, aplaudiendo desde un asiento entre el público (después descubrimos que esa secuencia se había grabado con anterioridad para ahorrarle un episodio de estrés); para el español, con una frase del cumpleañero y reguetonero puertorriqueño Bad Bunny difícil de descifrar: "El arte del cine es un lenguaje universal que habla a los hilos que nos unen juntos"; y para el desconcierto, por culpa de un Al Pacino desatinado que le quitó toda la épica al que debía de ser el clímax de la noche.

Pero no nos engañemos. Ni Nolan, ni Kimmel, ni Messi, ni Pacino. El verdadero protagonista, el que puso toda la carne en el asador, el que derrochó carisma a raudales en cada una de sus intervenciones fue (redoble de tambores): ¡Ryan Gosling!. El Óscar se le resistió, sí. ¿Y qué más da? Porque, como diría Belén Esteban, se llevó algo infinitamente más valioso: ¡el cariño de toda esta gente! 
El canadiense nos dio lo que esperábamos de él. Estuvo divertidísimo con su pique dialéctico con Emily Blunt en lo que representaba la batalla definitiva entre Barbie y Oppenheimer. La londinense le llamaba "señor necesito pintarme los abdominales para ser nominado". Y remataba para regocijo de los asistentes: "No verás a Robert Downey Jr. haciendo eso".
Nos enamoró al regalarnos un nuevo plano con Enma Stone, su Mía. Y, como en el desenlace de La La Land, ambos alcanzaban sus sueños, los dos brillaban por separado... sin perder la magia.

Y nos dejaba alucinados, con la boca abierta, embelesados... con su actuación de I'm just Ken. El rosa se apoderó de Ryan, de la sala entera y, por resumir, del planeta Tierra en 4 minutos de delirio total, con guiño a la Marilyn Monroe de Los caballeros las prefieren rubias incluido. Le acompañaron el compositor del tema, Mark Ronson, varios kenes de la peli, 65 bailarines, Slash, guitarrista de Guns N’ Roses y, como estrellas coristas, sus chicas: Stone, Gerwig, Ferrera y Robbie. 
Que sí, que cayó derrotado ante los hermanos Billie Eilish y Finneas O'Connel y su What was I made for?, también de Barbie. Al fin y al cabo, Ken está acostumbrado a ser, simplemente, un segundón. Y si había alguna duda, Eva Mendes utilizaba las redes sociales para pedirle que se dejase de tonterías, de tanto brilli brilli y que se fuera corriendo para casa a cumplir con sus obligaciones.  
No se equivocaba Steven Spielberg hace unos días, en el almuerzo de los nominados, al destacar la calidad de todas estas cintas seleccionadas que, ligeras o profundas, en blanco y negro o saturadas de Pantone 219, atestiguan lo que hicimos, cuestionan quienes somos y señalan hacia dónde vamos. 

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