domingo, 2 de enero de 2011

MARCAPÁGINAS: INÉS Y LA ALEGRÍA

Comienzo el año con uno de los libros más emocionantes que leí en 2010: Inés y la alegría, de Almudena Grandes. Me lo regaló mi amiga Ana para mi cumpleaños y su argumento me enganchó desde el principio. Aunque es la primera parte de un proyecto de varias novelas que la autora ha bautizado como Episodios de una guerra interminable, la de Inés y Galán, narradores y protagonistas destacados, es una historia con un inicio y un fin.
Hechos reales y ficticios se mezclan en esta ambiciosa novela que arranca en Madrid en los meses previos a la sublevación del ejército en Marruecos en 1936, y nos acompaña hasta la España de la Transición. Por sus páginas pasean, junto a nombres inventados, personajes como Francisco Franco, La Pasionaria, Santiago Carrillo o, el hasta ahora desconocido para mi, Jesús Monzón. Con todas esos elementos, Grandes crea pieza a pieza un puzzle de acontecimientos que dividieron un país en dos, pasiones desenfrenadas que pudieron cambiar la historia y sacrificios baldíos y silenciados de hombres y mujeres que pusieron los intereses de su país por encima de sus propias vidas.
Algunos se preguntarán qué pretende Almudena Grandes a estas alturas de la película al fijar su atención en una guerra que abrió una herida en España que, todavía hoy, hay quien se empeña en no cerrar. Pues, sencillamente, la autora quiere dignificar la figura de las decenas de hombres pertenecientes al ejercito de la Unión Nacional Española que participaron en la invasión al valle de Arán, en el Pirineo de Lérida, en octubre de 1944; una maniobra confusa, que movió los cimientos del Partido Comunista y puso en guardia a la Dictadura. Muchos de esos hombres murieron sin saber a quién obedecían, en busca de qué objetivos y con qué garantías. Se vieron arrastrados a una operación militar suicida que, durante décadas, permaneció enterrada en la memoria por ser una verdad incómoda para ambos bandos.
Recuerdo que un profesor de ética de la universidad nos explicó con insistencia algo así como que cuando un hombre no cuenta su historia es como si no la hubiera vivido. Durante años la invasión del valle de Arán no existió. Y, ahora, Grandes pone su granito de arena para que sus protagonistas "cuenten" lo que, efectivamente, vivieron.
Pero, además, este convulso terreno por explorar sirve a la autora para situar una ficticia historia de amor entre dos seres valientes, perdidos hasta que se tropiezan. Galán e Inés simbolizan la lucha por la libertad; juntos se enfrentan a todo y avanzan en el exilio sin olvidarse nunca de su patria. El suyo es un amor que les hace crecer en la misma dirección. En cambio, a otros personajes de la novela, en este caso reales, el amor les juega mala pasadas. La pasión les ciega, les mueve y, después, les provoca rencor. Como bien sabe Almudena “la historia inmortal hace cosas raras cuando se cruza con el amor de los cuerpos mortales”. La Pasionaria y Carmen de Pedro adquieren, en este punto, la condición de seres vulnerables y heridos, con quienes el lector se siente identificado, quitándoles sus máscaras públicas y viendo simplemente a dos mujeres desorientadas.Tampoco quiero contar mucho más del argumento, por si la queréis leer. Sólo os digo que creo que os sorprenderá.
Eso sí, no os voy a engañar: Inés y la alegría exige tener unas nociones mínimas de historia de España; si no, os perderéis con las fechas y los nombres de personajes reales, necesarios para contextualizar el relato ficticio. Aún así, Grandes intenta facilitar la labor al lector con capítulos que explican la evolución de los acontecimientos políticos, aunque sin renunciar a su impagable actitud crítica. Por lo demás, se trata de una obra entretenida, con un ritmo adecuado y muy bien documentada.
Por sacarle algún defecto, para mi esta novela incurre en el mismo error que la serie de RTVE Cuéntame como pasó, que recrea la vida de una familia media durante y tras el Franquismo: los personajes inventados interactúan demasiado con los reales e incluso llegan a alcanzar un estatus social elevado y participan en algunas actividades históricas de un modo un tanto inverosímil.
Tampoco acaba de convencerme el recurso que emplea la escritora de convertir a Inés en una experta cocinera y salpicar la novela con sus guisos. Vale que su pasión por la cocina es un rasgo importante de la personalidad de la heroína, pero a veces tuve la sensación de estar leyendo un libro titulado Asar en tiempos revueltos (el chiste es malo, lo sé).
Para terminar, y como no estoy muy convencido de haber sido capaz de transmitir mi entusiasmo, quiero recalcar que Inés y la alegría es una gran novela; intensa, completa e interesante, con la que aprenderéis, reflexionaréis y os emocionaréis.
He de advertir de que en ningún momento la escritora pretende adoctrinar ni despertar viejos fantasmas del pasado. Aún así, si es usted de los que piensa que "con Franco vivíamos mejor", le recomiendo que elija otra lectura.
Para seguidores de las historias de amor entre fogones, interesados en los episodios más desconocidos de la Guerra Civil Española y aficionados a la buena literatura.

“Puse el caballo al trote y subí por la ladera del cerro sin apresurarme. Al otro lado, una voz me detuvo antes de que terminara de bajar la pendiente.
-¡La República! –grité, y tiré de las riendas suavemente.
¡Alto! –y nunca en mi vida una sola palabra me había hecho tan feliz-. ¿Quién vive?
-¿Qué?
Cuando escuché esa pregunta, temí haberme equivocado (…).
-¿Vosotros sois rojos? - les pregunté cuando llegué a su altura.
¿Qué? –volvió a preguntar el mismo de antes, como si no supiera decir otra cosa.
-Que si sois rojos – insistí con suavidad.
-Sí, somos rojos –me contestó un tercero, con la misma entonación que habría usado yo.
-¿Y habéis venido a invadir España?
-Sí. ¿Qué pasa?
-¡Ay, qué alegría más grande! –y sin dejar de sonreír, sentí que se me caían dos lágrimas de los ojos, tan gordas, tan redondas, tan saladas como si fueran las últimas que me quedaban-. ¡Qué alegría! No os podéis imaginar… Voy a desmontar, para daros un abrazo.
Y abracé, uno por uno, a cinco hombres estupefactos, que no sabían qué hacer con el fusil mientras yo les rodeaba con mis brazos”.

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