miércoles, 23 de mayo de 2012

LA LETRA PEQUEÑA: VOLVER

Hay personas que te enseñan sin darse cuenta, con sus gestos, sus palabras, su forma de expresarse... Hoy os presento a una de ellas; un tío noble, honrado, responsable y generoso. Aunque estudió periodismo, pronto se dio cuenta de que lo suyo era comunicar de otra manera. Tras sacarse una oposición, ejerce como profesor de literatura de secundaria y os puedo asegurar que no eligió esa opción por comodidad. Gonzalo disfruta con lo que hace; lo transmite cuando habla de su trabajo y de sus alumnos. Y eso es un lujo; casi tanto como tenerlo a él como maestro y, sobre todo, como amigo. Atentos a su letra pequeña...

Siempre me ha fascinado releer libros que en su momento me causaron una honda impresión. Soy consciente de que esta idea no es compartida por muchos lectores, que prefieren dedicar el tiempo de lectura a conocer nuevos libros e historias. Recuerdo que una vez escuché a un escritor decir que en el mundo de la literatura lo más importante no es la cantidad, sino la calidad, y que al final resultaba mucho más satisfactorio conocer y exprimir la enjundia de determinadas obras literarias que acumular libros y libros en la estantería sin extraer de ellos más que una visión superficial. Y conforme pasa el tiempo me reafirmo yo también en esta idea. Así que, sin renunciar al placer de conocer y leer nuevas historias, siempre me gusta hacer un paréntesis y retomar algún libro que sé que hace años me cautivó, y no son pocas las sorpresas que me llevo cuando lo hago.
Releer un libro que conoces cuyo argumento el tiempo ha difuminado en tu memoria es una experiencia cuanto menos turbadora, y nunca gratuita. Es similar a ese trance por el que todos pasamos alguna vez en la vida: el de visitar una casa o un lugar del pasado, al que hace años que no acudimos, pero del que guardamos en la memoria su estructura. Es volver a soñar un sueño que ya tuviste hace años. Y es también comprobar el poder que ejerce el tiempo sobre las cosas y el mundo que nos rodea, moldeándolo y cambiándolo de lugar a su antojo. De repente la piscina de la casa antigua parece mucho más pequeña de lo que era, jurarías que la cocina quedaba más a la derecha, y desde luego, los columpios mucho más limpios y amplios de lo que son en realidad. Pero también hay mucha más luz de la que recordabas, la lámpara que tanto miedo daba ahora resulta enternecedora, casi cómica, y de golpe topas también con una vieja máquina de escribir que había sepultado tu memoria. Cuando terminas este curioso viaje y vuelves a la realidad queda una sensación extraña, entre placentera y angustiosa, como de haber viajado en el tiempo para comprobar que también el pasado, como el presente y el futuro, no es algo inamovible. Así es releer un libro: reconocerte en los pasajes que tanto te gustaron, desencantarte de aquel personaje que te pareció fascinante y conmoverte con ese episodio que en su momento te pasó por alto y que ahora encierra un valor incalculable para entender la novela. Reconocer, en definitiva, que el libro, como tú, es diferente ya, y que ese reencuentro entre los dos puede resultar muy enriquecedor.
Y el principal inconveniente que alguien puede poner a realizar esta actividad, considerada absurda por muchos, es el de que puede resultar tremendamente monótona, pues conoces de antemano el desenlace de la historia. A mí favor tengo en ese sentido la (en este caso) virtud de ser altamente despistado y olvidadizo en algunos aspectos, con lo que no son pocas las veces que desparecen de mi memoria muchos de los personajes e historias que he conocido. Aunque no es éste el motivo que me lleva a no desistir en el empeño de seguir haciéndolo, sino la convicción de que en la literatura no es importante el qué, sino el cómo. No la historia en sí, sino todo lo que la rodea, su narración, su poder de seducción, el placer absoluto de caer rendido entre sus palabras. Que al final lo importante en un viaje no es el destino, sino todo lo que en él te sucede, el cómo. Y que más que la presencia de muchos conocidos a tu alrededor es siempre preferible contar con dos o tres buenos amigos a los que acudir para narrar y escuchar esas historias y anécdotas del pasado, que no por muy contadas y recordadas, dejan de hacerte reír, sentir y vivir.

GONZALO FERRADA
- Periodista y profesor de literatura -

2 comentarios:

Kevin Juan Juan dijo...

Enhorabuena tanto a Gonzalo Ferrada como a David Núñez.

Eliseo dijo...

Un post que merece ser releído.