lunes, 21 de mayo de 2012

[PERSONAL]: AMIGOS

Cuando somos niños, utilizamos la palabra "amistad" demasiado a la ligera. Nuestros primos, los compañeros del colegio, los hijos de los conocidos de nuestros padres... Cualquiera sirve para ser nuestro "amigo". Al fin y al cabo, tampoco pedimos tanto; sólo necesitamos que jueguen con nosotros y nos diviertan.
En la adolescencia, los "amigos" se convierten en cómplices, en testigos de las primeras ilusiones y decepciones amorosas, de los actos de rebeldía, de las dudas existenciales... Vivimos la "amistad" como un concepto sagrado y llegamos a convencernos de que seremos capaces de mantener esas relaciones hasta la vejez.
Y, más rápido de lo esperado, crecemos, maduramos, tenemos que tomar decisiones, nos incorporamos al mundo laboral, seguimos acumulando alegrías y frustraciones, perdemos a personas por el camino y, al mismo tiempo, incorporamos a otras... Así, poco a poco, uno aprende a quitarle las comillas a la amistad. ¿Y eso qué significa? Pues que ya no necesitamos que nuestras fiestas de cumpleaños sean multitudinarias. Somos capaces de elegir y de afrontrar los problemas sin buscar tantos hombros. Cada vez nos importa menos gente, aunque con mayor intensidad y sinceridad. Y, de esa manera, los amigos se convierten en esa familia que uno elige; te conocen, te entienden, se preocupan por ti y te quieren con tus virtudes y tus defectos.
Hace tiempo aprendí que los verdaderos amigos son aquellos por los que te preocupas al verlos sufrir (sin teatros ni formalidades; uno no puede engañarse a sí mismo), y por los que te alegras cuando les ocurren cosas buenas (sin envidias, ni falsedades). Quizás no los veas todo lo que te gustaría, ni sepas cada paso que dan... Talvez te fallen o tú les puedas defraudar a ellos en determinadas ocasiones. Es probable que la vida os aleje un poco o un mucho... Pero, al final, te reconfortará saber que están y, lo que es más importante, siempre estarán.
El pasado sábado me sentí feliz, porque mi amiga Sara era feliz. La conocí hace muchos años, cuando éramos niños. Recuerdo con cariño a su abuela Reinalda; todavía no he olvidado su simpatía y su tono de voz. Era clienta de la peluquería de mis padres y, en una ocasión, vino acompañada de sus dos nietas. Una de ellas era Sara. Creo que esa fue la primera vez que la vi. El caso es que no resultó un comienzo demasiado prometedor. Era verano y en casa teníamos una terraza con una pequeña piscina de esas ochenteras de la marca Toi. El caso es que Sara asegura que le prohibí bañarse mientras que con su hermana fui amabilísimo. Sinceramente, me extraña mucho, porque yo soy un gentleman. Pero si ella lo dice...
El caso es que el destino nos dio una segunda oportunidad. Con 13 años coincidimos en el instituto. Congeniamos y nos hicimos amigos. Después estudiamos juntos la carrera de periodismo e incorporamos a Desi. Los tres nos hemos reído, llorado, ayudado, viajado... Y, como es lógico, a veces también nos hemos decepcionado. Es normal. Pero yo no cambio nada, ni siquiera lo malo. Porque no puedo entender quién soy sin mirar alrededor y verlas a las dos, con sus cosas buenas y malas, con tantos momentos especiales compartidos.
Pero como la que se ha casado es Sara, hoy me quiero centrar en ella: Quiero darte las gracias por ser tan clara (sin duda, me has ayudado a crecer); por hacerme reír (con pocas personas he tenido tanta química humorística); por no juzgarme y, sobre todo, por permitirme conocerte. Una vez me dijiste que siempre te habías sentido diferente. Lo recuerdo perfectamente. Estábamos sentados en la puerta de tu portal. Tú atravesabas una época complicada, de esas por las que todos pasamos. Yo te dije que te entendía, y no sabía qué hacer por ti. Después comprendí que había que dejarte, que sabías valerte por ti misma. Y no me equivocaba. De alguna manera, me enseñaste a ser más independiente. Creo que eres la amiga que menos me exige y a la que menos exijo. Y, ¿sabes una cosas?, me encanta esa sensación.
Vuelvo a la tercera persona; cuesta menos. Como decía, el sábado la vi feliz. Sé que ha elegido bien y, sobre todo, que es fiel a sí misma, que ha encontrado su lugar y que, al mismo tiempo, se sigue sintiendo libre. Tenía razón, es diferente y siempre lo será. Por eso la quiero. Es mi amiga; sin obligaciones, sin caretas, sin comillas.

4 comentarios:

Amparo Pitarch dijo...

Las emociones que al leer estas palabras he sentido y que me están poniendo un nudo muy muy gordo en la garganta solo son superadas por la autenticidad que en ellas encuentro de que tú David él amigo sin comillas de Sara es y será siempre David sin apellido sin más, aquel al que cuando le pregunto a mi hija por David es suficiente no necesitamos más para saber de ti, no escribo también como tú pero si quiero hacerte llegar este comentario que me lo voy a grabar en el rincón del corazón donde están los momentos de la vida por los que merece vivir, y ahora me voy a….. llorar. Besitos

Anónimo dijo...

David soy Mireia solo decirte que teneís los dos muchísima suerte de ser amigos¡ Un beso muy fuerte.

David Núñez dijo...

Gracias a las dos. Un beso fuerte

Anónimo dijo...

Amigo!! Soy Sara, ya sabes que estamos esperando en Tokio. No puedo responderte todo lo que quisiera en un comentario pero tus palabras me emocionan y me llenan de alegria y de orgullo (orgullosa de ti, de ser tu amiga, de que seas una personita tan increible y maravillosa). Sabes muy bien lo que pienso y como lo pienso, que suscribo todas tus palabras sobre la amistad, tus sentimientos sobre la nuestra. Pero como a los que nos gusta escribir a veces se nos llenan las manos de palabras y casi siempre se nos quedan cortas las páginas prometo una respuesta larguísima en forma de más abrazos, risas y amor incondicional.