miércoles, 18 de julio de 2012

LA LETRA PEQUEÑA: EL ARTE DE RESISTIR

Una de las mayores tragedias humanas que viven algunas personas como consecuencia de la terrible crisis económica que sufrimos es la usurpación de la identidad personal, entendida ésta no sólo como aquella que se forja desde la más absoluta intimidad, sino que se proyecta además sobre todo aquello que nos rodea y sentimos como propio. Las clases más desfavorecidas se ven desahuciadas de sus casas, privadas de trabajo y mutiladas de todo aquello que era prolongación de su rutina diaria, su identidad y su vida. Esta reflexión flota constantemente en la cabeza mientras se lee la novela Las uvas de la ira de John Steinbeck, libro que narra el éxodo hacia otras tierras al que se ven abocados los granjeros de Oklahoma en busca de un modo de vida y un trabajo que les fue arrancado en la devastadora crisis acaecida tras el crack del 29. La obra puede parecer al lector excesiva a juzgar por su extensión. Precisamente por ese motivo decidí yo combinarla con otra mucho más breve y menos vasta, que me permitiera tomar pequeños paréntesis en la lectura de la primera. Una forma de resistencia de Luis García Montero (libro formado de pequeños relatos y reflexiones creados por uno de los poetas españoles más importantes de la actualidad), fue el elegido para emprender esa travesía que proponía Steinbeck. Y tras terminar las dos casi simultáneamente, comprobé lo acertado de mi decisión, pues ambas novelas se explican y amplían recíprocamente, y de esa íntima relación que mantienen decidí escribir este artículo.
Lo primero que me llamó la atención el leer Las uvas de la ira era la forma tan poética que utiliza Steinbeck para explicar la tragedia de unos agricultores que consideran la tierra que trabajan algo más que cultivos y agua. Era su propia vida, sus recuerdos y sus historias lo que tenían que abandonar por culpa de un sistema y unos banqueros a los que jamás consiguieron poner cara, pero que sin embargo se mostraban implacables a la hora de hacer cumplir sus cometidos. La familia de los Joad lo abandona todo y subidos a un viejo y destartalado camión emprenden su periplo hacia el oeste en busca de un trabajo que les diera sustento a ellos y a sus hijos. La tragedia aumenta a medida que surgen los contratiempos que encuentran en el camino y todos luchan por mantener una dignidad que van perdiendo poco a poco conforme van desprendiéndose de todo aquello que les mantenía unidos como familia: desde varios de sus miembros que deciden abandonar la odisea para seguir por su cuenta, hasta los objetos que con ellos llevan y les impiden desplazarse con ligereza. Pues bien, esos detalles, esos objetos sin importancia aparente que acompañan a toda existencia son los que Luis García Montero recoge en su libro Una forma de resistencia. El poeta granadino emplea cada uno de los capítulos de su obra para reivindicar su papel en tanto que portadores de nuestra identidad. Así, una vieja cajetilla de tabaco que evoca la figura de su padre, los recuerdos de todos sus viajes, el brasero que le calentaba en invierno o sus retratos y cartas de la infancia se convierten en auténticos monumentos en los que poeta nos explica que ha quedado enredada su vida. Y por ello los cuida con amor, los mantiene y protege. Algo que no pudieron hacer los agricultores y granjeros norteamericanos en los años 30, obligados a moverse en un ambiente hostil en el que reconocerse a ellos mismos era una tarea casi imposible. Es el libro de García Montero la obra de un hombre reconciliado con su pasado para vivir con amor el presente, y lo mejor de ello es que sabe, para gusto del lector, transmitir con alegría contagiosa el gusto por su existencia. Su libro es un canto a la humanización del mundo, como el de Steinbeck una diatriba contra la deshumanización de las personas.      

La relación entre ambos libros alcanza también el modo en que están escritos. La novela norteamericana es un principio una gran obra narrativa, pero es en el lirismo que utiliza el autor donde encontramos el verdadero hallazgo, en su tono poético. Y del mismo modo podríamos pensar que es el tono metafórico y lírico lo importante de la obra del poeta granadino, pero es sin embargo la pulsión narrativa de la que se sirve lo realmente sorprendente. Un tono que le permite, a través del relato de todo lo que le rodea, dotarse de una identidad propia. Además, en las páginas de Una forma de resistencia tiene uno la sensación de estar conversando no sólo con un poeta de nuestro tiempo, sino también con otros de tiempos pasados, desde Luis Cernuda hasta Ángel González, con quienes podemos fabular con sentarnos a tomar una copa y mirar con atención los matices y detalles que nos ofrece la vida. Como también es reseñable el estilo periodístico que usa Steinbeck para reflejar la vida en aquellos años de crisis, sustentado en descripciones panorámicas y diálogos muy vivos. Estilo del que años más tarde beberían otros autores norteamericanos de reconocido prestigio, desde Truman Capote hasta Tom Wolf.
Y también queda uno prendado de los personajes que pululan por ambas obras. Mención especial merece la madre de la familia Joad. Antes de empezar el libro pensaba que era ésta una historia de hombres que luchan por encontrar un pedazo de tierra que dé trabajo y comida a su familia. Pero es la madre de la familia el personaje más fascinante (a pesar de no ser el principal) pues sobre ella pivotan todos los demás. Si ella está alegre, los demás respiran, si está preocupada, se abruman. Ella, sabedora de su papel, es la que más se afana por mantener en pie la dignidad de todos: habla para levantar la moral, siempre tiene la última palabra y sus silencios esconden el discurso de quien sabe que a pesar de no haber esperanza, la única salida es la de seguir adelante. No es anecdótico que Steinbeck no nos ofrezca su nombre, a ella se refiere simplemente como “madre”. Un evidente y simbólico homenaje a todas las mujeres, a todas la madres. De sus entrañas nacen el ser humano, la vida. Nadie como ellas entiende que ser hombre es algo más que poseer carne, huesos y sangre.

GONZALO FERRADA
- Periodista y profesor de literatura -

Fotografía: David Núñez (Manhattan Beach, California. Abril 2012)     

1 comentario:

Verónica Rodríguez dijo...

García Montero enfoca su mirada en objetos cotidianos y les da un sentido. Reflexiona con una prosa poética que deja el sabor de un dulce en la garganta tras ser degustado con detenimiento.

Llevo leída la mitad de este libro y te aseguro que ya no miro igual a las neveras, los bolígrafos o a las aparentemente insignificantes sillas. Muchas gracias por la recomendación.

Un fuerte abrazo