miércoles, 10 de octubre de 2012

NUEVOS AIRES: CAMINAR POR LA PUERTA DORADA


El pasado 27 de mayo el Golden Gate, uno de los puentes colgantes más famosos del mundo (hasta 1964 era el más largo; en la actualidad ocupa el noveno lugar), cumplía 75 años. Un mes antes, tuve la suerte de conocerlo. Me recibió con su imponente estructura rojiza; una pasarela de 1.280 metros de longitud suspendida de dos torres de 227 metros de altura cada una. Ese día, la tradicional neblina que habitualmente impide contemplarlo en toda su inmensidad nos dio una tregua.
Parecía que me reencontraba con un viejo conocido. La culpa la tiene, como en tantas otras ocasiones, el cine. Terremotos, alienígenas, tiburones, simios... La Puerta Dorada ha sufrido insistentemente en la ficción la furia de la naturaleza y de todo bicho viviente. Pero también ha recibido la visita de personajes tan ilustres como Superman, James Bond o el increible Hulk. Además, en Vértigo (1958), de Alfred Hitchcock, el detective interpretado por James Stewart frustraba el intento de suicidio del personaje de Kim Novak en ese mismo escenario. Precisamente, el Golden Gate ostenta el dudoso honor de ser el puente favorito de la gente para quitarse la vida. Aunque no existe un censo exacto, se calcula que más de 1.600 personas han muerto al lanzarse desde los 75 metros de altura que lo separan del mar.
Construirlo costó 34 millones de dólares de la época. Además de facilitar el tráfico entre las dos orillas (comunica la península de San Francisco con el sur de Marin), por su estructura transitan cables para conducción de energía.
Pero más allá de las cifras y las referencias cinematográficas, quiero compartir la sensación que tuve al enfrentarme al Golden Gate. Para empezar, no podía dejar de hacer fotos (algunas de ellas, las podéis ver en la galería superior). Y, después de caminar durante unos minutos hasta más allá de la mitad del puente sorteando ciclistas, corredores y peatones tan alucinados como yo, simplemente intenté disfrutar de las preciosas vistas de la bahía de San Francisco. Me sentía diminuto en medio de ese enorme esqueleto de acero, emocionado al pensar en todas las experiencias acaecidas allí y todas las que vendrán. Porque, mientras los seres humanos nos movemos y evolucionamos, este tipo de construcciones permanecen estables, poderosas, algunas eternas. Sí, sólo es un puente; y, sin embargo, acumula más vida que cualquier mortal.
Volveré. Estoy seguro.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Preciosa vivencia. Todavía no he tenido la suerte de pisar el Golden Gate pero cuando lo haga me acordaré de ti, lo prometo.

Verónica Rodríguez dijo...

Mis padres me llamaron desde ese puente cuando lo conocieron. Debe ser impresionante verlo de cerca. Gracias por ilustrarnos con tu post

Miriam Reyes dijo...

Lo vi cuando tenía 9 años y me impresionó pero sé que si volviera ahora, me impresionaría más aún :-) Me apunto a ese viaje cuando vuelvas. Yo también quiero volver! Muua