sábado, 25 de abril de 2015

LA VIDA A VECES

La vida a veces es como una de esas citas que empiezan erráticas, sin ningún viso de éxito, y que de repente, cuando ya estás casi pensando en la manera de forzar una despedida prematura, la otra persona aprovecha la bajada de defensas, para propinar ese golpe certero, en forma de un simple comentario, un gesto o una sonrisa, que llama nuestra atención, que despierta nuestra curiosidad. No me sorprende, pues su autor, el periodista Carlos del Amor, es un auténtico experto en el arte de engatusar con la última frase. De su cabeza surgen algunos de los cierres de vídeo más brillantes de los Telediarios de TVE. Da igual que hable de la nueva cinta de los hermanos Coen, de una retrospectiva de Antonio López en el Thyssen o de la reedición de las canciones de los Beatles; siempre acierta con sus palabras finales, esas que tocan un punto débil y dejan con ganas de más. Palabras sobre lo cotidiano, sin grandes hipérboles ni trucos de magia. Palabras que surgen de la emoción con el claro objetivo de emocionar.
Pues sí, las primeras páginas de La vida a veces no lograron atraparme. Quizá abusa Del Amor de lugares comunes, como el escritor sin inspiración, el niño que pierde la inocencia al desenmascarar a quienes prometían viajar desde Oriente o el anciano viudo que llora la ausencia de su mitad. Y así, cuando uno ya se había desengañado, se nos cuela un tal Jaimito Stewart, con el único anhelo de poder ver una película de principio a fin. Somos testigos de cartas de amor que no llegaron a su destinatario, de recuerdos borrados, de instantáneas que encierran secretos, de sonidos nunca escuchados y de momentos de intimidad que serán breves e irrepetibles. Paseamos un martes cualquiera por un vecindario al azar donde se mezclan besos, llantos, partidas y regresos. Nos angustiamos al percatarnos de que el transcurso del tiempo juega en contra y también si el ayer irrumpe bajo la máscara de la venganza. Reconocemos sueños que no cuajaron y rarezas que nos hacían especiales y que dejamos morir. Personajes y relatos minúsculos, tan corrientes que algunos resultan familiares; tan bien narrados que cautivan.

Vivencias pequeñas
Jamás descubriremos si aquellos dos patitos de goma volverán a flotar juntos ni si, cincuenta y tres años después, la nuca de Sarah Braun se habrá buscado un nuevo vigilante. No resuelve el autor otras muchas incógnitas. Sabe que, a veces, la vida es más llevadera si puede ser imaginada.
Se acaba la cita; pasamos la última hoja. Y ahora eres tú, el mismo que al arranque se mostraba escéptico, quien ansía un próximo encuentro. Ignoro si prosperará o no el idilio imaginario; dicen que, a veces, sale bien. Seguro que, en cualquier caso, lo tendremos menos difícil para volver a tropezar con ese cronista de las vivencias pequeñas que es Carlos del Amor; actualmente, nos reta en las librerías con El año sin verano, su primera novela. Pronto caerá en mis manos. Me pregunto si mantendrá esa mirada melancólica y serena que le permite ver lo que a otros se les escapa.  
Llegados a este punto, me hallo ante el desafío de despedir este artículo con una conclusión a la altura de las circunstancias. Complicado. Simplemente deseo, por el bien de todos, que nunca escaseen los seres ni las historias capaces de seducirnos a fuego lento.


"Roger recuerda la última vez que la vio: Consuelo le pidió que le lanzara besos al aire para llenar la habitación del hospital de felicidad, como si la cama fuera un miriñaque imposible de sortear, a lo que él y sus tres hijos respondieron de inmediato. Luego, entre lágrimas, Roger se quejó de lo corta e injusta que era la vida. Ella, con una sonrisa, le pidió que se acercara y, con la voz quebrada, le dijo al oído que no se preocupara, porque a la vida también se le puede sacar el bajo".

1 comentario:

Verónica Rodríguez dijo...

Quiero leerlo!! Gracias por compartir pequeñas grandes reflexiones ;-)