martes, 12 de noviembre de 2019

13 DE NOVIEMBRE

Cada día de nuestra vida es una página en blanco. Normalmente, la llenamos con tareas rutinarias y programadas: alimentarnos, trabajar, dormir, hacer deporte, pasar tiempo con los nuestros... A veces nos ocurren situaciones extraordinarias que nos acercan a la tan ansiada felicidad: nos enamoramos, viajamos, tenemos hijos... Pero, también, puede haber un accidente, una llamada, cualquier circunstancia imprevista que le dé un vuelco a todo en tan sólo un instante y nos empuje al abismo. En el caso de mi amigo Ismael Algarra el desencadenante fue una consulta médica. Un 13 de noviembre. Una palabra: leucemia. Y un largo período de angustia, noches sin dormir, ingresos con sabor a eternidad y miedo. Mucho miedo. Pues eso, el abismo. Porque nadie nos prepara para enfrentarnos a una circunstancia como esa: para sentirnos indefensos y frágiles; para temer que no haya un mañana, ni un pasado mañana; para la inquietud sobre cómo reaccionará nuestro cuerpo ante el tratamiento y para el pavor ante el resultado del próximo análisis, TAC o resonancia; para que el mundo siga girando mientras tú ansías poder reengancharte cuanto antes a su ritmo vertiginoso; para que no haya un donante compatible que nos salve; para reconocer el pánico y la tristeza en los ojos de quienes nos aman.
No, nadie había preparado a Ismael para esas emociones descontroladas, para semanas de aislamiento, para que esa palabra lo inundara absolutamente todo. Pero les plantó cara; a la leucemia y al miedo. Y al desánimo, al dolor, a la melancolía, a las horas de espera, a la incomprensión, al derrotismo... Acababa de cumplir 32 años y tenía unas ganas desbordantes de salir adelante. Bueno, y de disfrutar de juergas con sus amigos, de los partidos del Levante U.D., de estar fuerte. Sólo él sabe la montaña rusa anímica por la que transitó durante esos meses. Afortunadamente, lo superó. Sin embargo, no contaba con que sufriría una recaída. Cuatro años después, otra consulta, otra vez la dichosa palabra y, caprichos del destino, de nuevo el jarro de agua fría caía en ese mismo día: 13 de noviembre. Les ahorraré la incertidumbre: Ismael volvía a curarse.

Ahora, ha querido compartir su experiencia en un libro que lleva por título esa fecha en que, en dos ocasiones, su existencia cambió para siempre. Necesitaba dar las gracias a todos aquellos que le han apoyado en este trayecto difícil; cuando en realidad somos nosotros, los que le queremos, quienes le estaremos eternamente agradecidos por su entereza y por recordarnos lo que de verdad importa. Ojalá se lo hubiera ahorrado, pero lo cierto es que Ismael, como tantas otras personas que atraviesan circunstancias similares, es más sabio y lo transmite. Ha aprendido a tener conciencia plena, a pensar en el momento presente, a descubrir la gente con la que puede contar, a luchar por ser mejor y a no perder el tiempo con tonterías. Y, fundamentalmente, es más libre. 
Él se planteó su enfermedad como un partido de fútbol, con sus momentos duros, su remontada, sus caídas, sus goles, su hinchada, sus penaltis, su prórroga... y la victoria final, con celebración incluida. Dicen que lo importante es participar. Y es cierto. Por eso esta obra, escrita por un superviviente, es un homenaje maravilloso para cada uno de los "jugadores" que un día, el trece de noviembre de turno, tuvieron que calzarse las botas y echar a correr. Un abrazo fuerte a todos ellos.

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