martes, 4 de agosto de 2015

ICONOS EMOCIONALES

Los niños de los 80 recordamos con cariño aquella serie divulgativa de dibujos animados llamada Érase una vez... la vida, que nos mostraba de forma gráfica y didáctica el interior del cuerpo humano y las consecuencias que cualquier acción del exterior podía desencadenar en él. Así, los glóbulos rojos, los linfocitos y las bacterias dejaban de ser conceptos abstractos y se nos presentaban como personajes que libran batallas o toman decisiones importantes para nuestro organismo.  

Treinta años después, Pixar apuesta en Del revés (Inside out) por un planteamiento similar, con la diferencia de que se centra en el ámbito de las emociones que contribuyen a forjar nuestra personalidad. Cinco "duendecillos" trabajan con esmero en un centro de control del cerebro para ayudar a cada persona a asumir y enfrentarse, a su modo, a eso tan complicado que es la existencia. Alegría, Asco, Ira, Miedo y Tristeza, los elegidos, intentan dejar su impronta en cada acto, almacenan los recuerdos con sus distintos matices y adquieren el papel de ángeles de la guarda del ser en el que habitan. Y, desde de este punto de partida, estas cinco emociones primordiales consensuadas por la comunidad científica (la factoría decidió prescindir de la sexta: Sorpresa), acompañan sin descanso a Riley, una niña de 11 años, desde su nacimiento e incluso mientras duerme. No encarnan la versión 2.0 de Pepito Grillo; ni dan consejos, ni dirigen al humano como si de un videojuego se tratase. Hablamos de sensaciones innatas, marcadas, pero vírgenes, que aprenden con la experiencia; crecen y evolucionan al mismo ritmo que Riley ya que son parte de ella. Porque Inside Out no es más que una preciosa y colorista fábula sobre la constitución de la personalidad a través de un viaje alucinante por la memoria, el subconsciente y la imaginación. Como si la Alicia de Lewis Carroll, durante su cabezada, se hubiera sumergido no en su país de las maravillas, sino en el universo de los recuerdos y las emociones.

Ya nos tenían acostumbrados los genios de Pixar a conmovernos adentrándose en terrenos tan familiares para el público como el paso de la infancia a la edad adulta, la amistad incondicional o la nostalgia por el amor perdido. Buscaron y encontraron el alma de insectos, peces, juguetes, coches... incluso de algún anciano con el corazón marchito. Ahora descubrimos que se guardaban un as en la manga, un tour de force: explorar la mente y humanizar las sensaciones, combinando a la vez dos planos narrativos dependientes y conectados. Y, así, el humor, la ternura y las peripecias marca de la casa, que tanto seducen a los niños, se revisten en esta ocasión de un componente psico y fisiológico, con un lenguaje cifrado y unas licencias que sólo entenderán los mayores. El resultado: una verdadera delicia. Huiré de etiquetas tan machacadas como "joya" u "obra maestra", y me decantaré por una afirmación rotunda: si únicamente pudiera ver una película en toda su vida, le recomendaría sin vacilar que eligiera Inside out.

No es perfecta. Para mi gusto resuelve de manera facilona el homérico periplo de dos de sus protagonistas. Y supongo que los más puristas podrán esgrimir argumentos que desmonten ese idealista mundo interior. Pero son muchos más sus aciertos que sus fallos; por ejemplo, esa metafórica fábrica de sueños que emula a los estudios de Hollywood o las ingeniosas inspecciones a lo que ocurre en otras mentes. Por no hablar de la que ya es una de las mejores secuencias de mi cultura cinematográfica: el personaje de Alegría, en plena noche, deslizándose sobre patines imaginarios imitando la escena de su adorada Riley que se proyecta en la pantalla del control; un baile parecido a la felicidad...

Elogio de la tristeza

No obstante, más allá de su calidad y su capacidad para encandilar al espectador (grande y pequeño), Del revés provoca un efecto inmediato: no podemos evitar preguntarnos qué emociones predominan en nosotros y cómo nos ven los demás. Ese es otro de los logros de la última producción de Disney; nos empuja a reflexionar y debatir sobre el valor de esas nociones (una alternativa a las tertulias futboleras, políticas y del corazón). En el punto de mira, la tristeza. Aunque adopta el aspecto de una chica taciturna, débil y descuidada, que involuntariamente boicotea y tiñe de amargura todo lo que toca, a medida que avanza el metraje se reivindica como un componente tan válido como cualquiera de sus compañeros. Así, deja de ser la apestada de la clase y demuestra que su huella no tiene por qué resultar negativa.

Casualmente, hace unas semanas terminaba de leer la novela Buenos días, tristeza (1954), de Françoise Sagan, un clásico sobre la abrupta pérdida de la inocencia de una joven durante sus vacaciones en la Costa Azul. Los protagonistas, un hombre viudo y su hija adolescente, disfrutan de lo que llamamos una vida alegre, con reglas poco rigurosas, rodeados de lujos y guiados por una especie de capricho infantil. Un juego inofensivo cambia sus destinos para siempre. Se topan con el remordimiento, la soledad y la aflicción por medio de la temida tristeza. Maduran por ese dolor.

Mucho he discutido sobre este asunto con mi amigo Javi Sánchez, quien se siente identificado con esa "robaescenas" desaprovechada que es Asco, pero que defiende con uñas y dientes a la incomprendida Tristeza. Entiendo sus argumentos; vale que lo triste puede ser bello y el camino hacia cosas positivas o propuestas creativas interesantes. Sin embargo, yo qué quieren que les diga, parafraseando a Joaquín Sabina, deseo para los míos que todas sus noches sean noches de boda y todas sus lunas, lunas de miel.
Aún así, probablemente Javi tenga parte de razón. La clave radica en saber sacarle provecho, en aprender a vivir con ella; al fin y al cabo, antes o después, supone un peaje insalvable. Ojo: no estoy diciendo que haya que sufrir para transformarse en adulto. Sólo justifico su potencial como elemento catalizador; nos debe ayudar a crecer. Piénselo un momento: ¿sería usted quien es si nunca hubiera sentido melancolía, arrepentimiento, desconsuelo o incomprensión? O siendo radicales: ¿puede alguien prohibirnos el derecho a estar desanimados? La sociedad actual parece empeñada en rechazar el dolor igual que se esconde una pelusa debajo de la cama. Lo que se lleva, y más en esta época de exhibicionismo "social media", es vender vitalidad y optimismo. Pero encerrar la angustia en un círculo de tiza no sirve para nada. Quizá lo más práctico sea cambiar lo que no nos guste, sin renunciar por completo a ninguno de nuestros matices, porque tarde o temprano nos reconoceremos en la interacción de todos ellos.    
Señalo al final de este artículo la gran virtud de Disney Pixar con esta producción: ha conseguido ponerle rostro a las emociones y convertir a Alegría, Asco, Ira, Miedo y Tristeza en iconos reconocibles de la cultura pop que sobrevivirán al transcurso del tiempo. Y eso sí que es una auténtica "bola-recuerdo" en cinco tonalidades creada por unas cabecitas dignas de admiración.

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