lunes, 5 de febrero de 2018

OT: REGRESO TRIUNFAL

Había olvidado la sensación de desear que llegara un día a la semana, una noche en concreto, para sentarme delante del televisor, expectante y nervioso, y olvidarme de todo lo demás. En una época en la que las plataformas digitales e Internet nos permiten elegir cómo y cuándo acceder a casi cualquier contenido, tiene mucho mérito lograr que millones de espectadores apuesten cada lunes por ver un espacio en directo, sin importar que acabe más allá de la una de la madrugada. Placer culpable vintage, lo podríamos llamar. Les hablo, ya lo habrán imaginado, del concurso reality musical Operación Triunfo, que hoy se despide de la parrilla de TVE con su imprevisible final.
El pasado 23 de octubre se estrenaba esta edición, la novena de su historia, y lo hacía rodeada de expectación y, también, de muchas dudas. Regresaba a la emisora estatal tras su periplo por Tele 5, cadena que decidió precipitar el cierre del talent en 2011 debido a los bajos índices de audiencia. Seis años después resucitaba, pero: ¿había sido suficiente tiempo de descanso? ¿No era demasiado arriesgado recuperar una "marca" que había fracasado? Por otra parte, no nos engañemos: la televisión convencional no atraviesa su mejor momento. Si hace años las cadenas fulminaban productos que no llegaban al 20% de share, en la actualidad se ha repartido tantísimo el pastel audiovisual ante la eclosión de canales y portales de pago, que se tienen que conformar con unas cifras de seguimiento mucho más reducidas. La consecuencia es la disminución generalizada de los ingresos por publicidad y, por tanto, unos presupuestos muy ajustados. Independientemente de que TVE se mantenga al margen de la lucha por los anunciantes, ¿podría un formato tan caro como OT sobrevivir sin el respaldo del público?

Antes de continuar, conviene recordar que, en sus primeras temporadas, Operación triunfo se convirtió en un fenómeno social sin precedentes y, pese a que se desinfló en las últimas, resulta más que justificado el interés de Gestmusic, su productora, por revivir a su gallina de los huevos de oro. Tampoco era un salto al vacío del todo. El año anterior, y con la excusa del decimoquinto aniversario de su nacimiento, juntaron a Rosa López, David Bisbal y el resto de concursantes de aquella mítica remesa para grabar una serie de documentales y rematar con un multitudinario concierto restransmitido desde el Palau Sant Jordi. Ese ejercicio de nostalgia colectiva arrasó. Así que, ante tanta euforia, no sonaba tan descabellado tratar de aprovechar el tirón y rescatar el talent show. Era ahora o nunca.
Y acertaron, vaya que si acertaron: Operación triunfo 2017 ha sido todo un éxito. Tras un arranque un tanto irregular, cada semana ha ido incrementando sus fieles hasta superar esa casi inalcanzable meta del 20%. La última gala, dedicada a escoger a los representantes de nuestro país en el próximo festival de Eurovisión, se disparó hasta el 23,6, y se prevé que la de esta noche roce el 30%. Pero, además, como la inolvidable primera edición, su repercusión ha rebasado los límites del negocio catódico: las canciones y el disco físico de estos jóvenes aspirantes a artistas han copado las lista de descargas y ventas, han sonado en discotecas y emisoras de radio, y ya hay organizada una gira de conciertos por toda España para cuando termine; las revistas y medios digitales han llenado cada vez más espacio con cualquier noticia relacionada con ellos; ha sido el asunto estrella en redes sociales, en especial en Twitter, donde artistas e incluso políticos han manifestado sus preferencias; y, por encima de todo, en las calles no se habla de otra cosa (aparte de Cataluña, claro). Porque, por mucho que lo haya evitado, seguro que le han obligado a mojarse: ¿Amaia o Aitana? ¿De quién es usted?

Vale, va, una vez que hemos asumido que estamos enganchados, que levantarse cada martes se ha convertido en un suplicio y que no hemos evolucionado nada en 16 años (bueno, sí, de Rosa a Amaia de España), toca analizar los motivos de tan tremendo pelotazo. Para empezar, el descanso ha resultado decisivo. Se abusó tanto de la fórmula que se acabó agotando; lo mismo les ha ocurrido a otros programas como Gran hermano o, más recientemente, a La voz y Tu cara me suena. El barbecho le ha sentado tan bien que, siguiendo su ejemplo, se acaba de anunciar el inminente retorno de un espacio similar: Fama, a bailar. En segundo lugar, Gestmusic y TVE han aplicado la lógica de que "si no puedes con tu enemigo, únete a él". Al contrario que otros grupos de comunicación empeñados en dar la espalda a la realidad, tratando de ningunear e incluso obstaculizar a ese "competidor/enemigo" gigante que es Youtube, principal fuente de consumo audiovisual para los menores de 30 años, OT ha encontrado en este sitio web a su mayor aliado, al albergar en él su tradicional "canal 24 horas". Así, los fans hemos podido acceder desde nuestro móvil o tableta a los ensayos, tutorías, repartos de temas, pases de micros y, sí, también a la convivencia en la academia, sin necesidad de esperar a la escueta selección de vídeos de la gala semanal. Hemos vivido a tiempo real las visitas de prestigiosos artistas y los subidones, bajones, fallos, logros, broncas y momentos divertidos de estos chavales y sus docentes. Y, por supuesto, hemos asistido al nacimiento en directo de una tierna y dulce historia de amor, siempre con la música como hilo conductor. Este "autoservicio internauta" es indispensable para entender el enganche de un público que, durante unos meses, ha cambiado a sus ídolos "influencers" por este inofensivo entretenimiento. Y, de paso, Youtube ha servido de plataforma para explotar toda la rentabilidad que La 1 no ha podido sacar en forma de anuncios: los participantes se han ido de rebajas a unos grandes almacenes, se han empachado de bollería industrial...
Pero, sin duda, el gran acierto y lo que de verdad ha seducido a la audiencia es un casting fresco, tanto en cuanto a los alumnos como a los profesores, encabezados por Noemí Galera y Manu Guix. Empezaré por estos últimos, profesionales preparadísimos, cercanos, amables y, también, serios, exigentes y asertivos cuando las circunstancias lo han requerido. Han sido capaces de transmitirnos que, más allá de un espectáculo, OT es una escuela de formación de cantantes, y con el hándicap de estar sometidos a un escrutinio continuo. Asimismo, han cumplido estoicamente con su cometido los miembros del jurado (Mónica Naranjo, Manuel Martos y Joe Pérez-Orive), a pesar de tener el papel más ingrato y criticable. Mención aparte merece Roberto Leal, el presentador, quien ha demostrado ser un maestro de ceremonias carismático, solvente y moderado.

Y, ahora sí, quiero detenerme en los concursantes, porque su elección ha sido determinante. Más allá de sus capacidades artísticas, Amaia, Aitana, Alfred, Roi, Ana Guerra y el resto de sus compañeros de encierro (al menos la mayoría de ellos), han sorprendido por su espontaneidad, compañerismo, su sensibilidad y su capacidad para progresar. Quizá por eso hemos encontrado en ellos tantas similitudes con aquellos muchachos ingenuos de OT 1. Aunque, en mi opinión, les superan en cuanto a formación musical. Pocas veces como este año habíamos visto a los aspirantes a cantantes componer tantas letras y partituras, ni tocar tantos instrumentos: piano, trombón, guitarra, maracas... Eso sobre el escenario; pero además, talvez de forma inconsciente, han sido muy generosos con el espectador en la convivencia en la "casa": Alfred y Amaia (los Bisbal y Chenoa 2.0), ni siquiera han escondido el nacimiento de su relación amorosa de las miradas indiscretas; y algunos, como Aitana, tampoco han querido ocultar sus sentimientos desbordantes por su amigo Cepeda. Vamos, que nos han dado lo que queríamos.
La generación milenial necesitaba y merecía su propio OT, con una imagen renovada y un lenguaje con el que se sintiera más identificada. Por raro que parezca, nunca un programa de nuestra televisión pública (y me atrevería a decir que ni de la privada) había reflejado con tanta naturalidad las muestras de cariño de una pareja en la que uno de sus miembros es transexual (fue el caso de Marina y su novio), ni había adaptado una canción romántica a dos personas del mismo sexo, cuando precisamente no existe nada más universal que el amor. Hemos presenciado charlas extensas sobre problemas tan serios como la transmisión del VIH, y se ha reivindicado que el talento siempre debería contar más que el físico y que no hay que pedir perdón por ser como cada uno es (impagable lección de "los Javis"). Puede que el tiempo pase y desde la distancia nos parezca que nos han vendido una moralina marketiniana y de cartón piedra; sin embargo, creo que, en general, su discurso abierto y aglutinador ha sido un bonito ejemplo. Y eso es más de lo que se le puede pedir a un proyecto televisivo...

Operación triunfo no lo tuvo fácil en sus inicios con una industria musical que le dio de lado porque lo consideraba una amenaza. Dieciséis años más tarde, el talante ha cambiado, probablemente porque el sector vive tiempos difíciles y no está la cosa para despreciar a aquello que huele a dinero. Pero, incluso en ese sentido, el programa ha sabido reaccionar y ganarse, a través de la selección del repertorio a interpretar, a una parte del respetable que lo consideraba demasiado comercial. Así, junto a las canciones que pueblan las listas de éxitos en las radiofórmulas, esta vez hemos podido escuchar versiones de artistas tan virtuosos como Víctor Jara, Florence and The Machine, Vetusta Morla, David Bowie, Ray Charles, Celia Cruz... Un muestra más de su afán por integrar y llegar a más gente.
Ya sé que se me ve mucho el plumero. No puedo disimular que me he enganchado a este concurso igual que en 2001. ¿Y qué le voy a hacer si desde pequeño me ha encantado la televisión que hace "magia", que te transporta a un mundo inalcanzable para la mayoría de los mortales? Una tele de impresionantes decorados y de emociones inesperadas; la del Un, dos, tres y El juego de la oca... La que "manipula" tus sentimientos sin que te des cuenta; la de ¿Qué apostamos? y Sorpresa, Sorpresa. La tele por la que decidí estudiar periodismo. 
Estamos de acuerdo en que muchos de estos jóvenes que ahora disfrutan de una fama repentina se descolgarán y lo pasarán mal. Sabemos que, seguramente, la próxima edición no será capaz de aguantar el tirón y que, poco a poco, el producto volverá a aburrirnos. Y, sí, la calidad musical de OT es la que es. Pero yo me quedo con lo positivo: es maravilloso que todavía a día de hoy, cuando todo está inventado y explotado, la televisión todavía sea capaz de provocarme tantos nervios, enfados, lágrimas, risas... sin moverme de mi sofá. Conmigo, al menos, han triunfado. 

2 comentarios:

Alex dijo...

Gran análisis que resume a la perfección lo que hemos sentido la mayoría. Y sobretodo me ha encantado que haya gente que quiere volver a recuperar esa magia de cuando eramos pequeños con el 1,2, 3...

gaggerdaffin dijo...
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