domingo, 17 de noviembre de 2019

38502B O UN SINFÍN DE SENSACIONES EN JOAQUÍN SCHMIDT

Mis amigas Teresa Doménech y María Llopis invaden este blog con una preciosa crónica sobre la experiencia gustativa y sensorial, en general, que han vivido hace unos días gracias a Joaquín Schmidt. Después de leerla, uno siente unas ganas incontrolables de vivirlo en carne propia.  

9 de noviembre y seguimos con el cesto rebosante de emociones. Permanecen aún las sensaciones, en el oído y en el paladar. Todo sucedía en las entrañas (nunca mejor dicho, ahora verán) de Joaquín Schmidt, un restaurante con alma, donde las paredes hablan y donde, si entras, tus sentidos gozan. 
“Mi filosofía - dice Joaquín - es cocinar cada día para treinta amigos”. Aquel no era un día habitual y todo era menos común, aunque la esencia era la misma de siempre y se apellidaba Schmidt.
Cerca de veinte personas, con inquietudes encontradas, acudimos a una cita privada, pero abierta al público, cuyo Director de orquesta era Joaquín Schmidt, el reconocido cocinero que un buen y bendito día decidió apostar por su filosofía de vida y por su escala de valores, aparcando así cualquier pretensión gastronómica. Esta vez era diferente. Tarima en el comedor del restaurante, mesa para tres y dos actores que iban a dar vida a “J” y a “D”.

martes, 12 de noviembre de 2019

13 DE NOVIEMBRE

Cada día de nuestra vida es una página en blanco. Normalmente, la llenamos con tareas rutinarias y programadas: alimentarnos, trabajar, dormir, hacer deporte, pasar tiempo con los nuestros... A veces nos ocurren situaciones extraordinarias que nos acercan a la tan ansiada felicidad: nos enamoramos, viajamos, tenemos hijos... Pero, también, puede haber un accidente, una llamada, cualquier circunstancia imprevista que le dé un vuelco a todo en tan sólo un instante y nos empuje al abismo. En el caso de mi amigo Ismael Algarra el desencadenante fue una consulta médica. Un 13 de noviembre. Una palabra: leucemia. Y un largo período de angustia, noches sin dormir, ingresos con sabor a eternidad y miedo. Mucho miedo. Pues eso, el abismo. Porque nadie nos prepara para enfrentarnos a una circunstancia como esa: para sentirnos indefensos y frágiles; para temer que no haya un mañana, ni un pasado mañana; para la inquietud sobre cómo reaccionará nuestro cuerpo ante el tratamiento y para el pavor ante el resultado del próximo análisis, TAC o resonancia; para que el mundo siga girando mientras tú ansías poder reengancharte cuanto antes a su ritmo vertiginoso; para que no haya un donante compatible que nos salve; para reconocer el pánico y la tristeza en los ojos de quienes nos aman.