domingo, 20 de octubre de 2013

GRAN PANTALLA: A LA DERIVA EN LA INMENSIDAD

¿Alguna vez han tenido la sensación de estar perdidos? No hablo de sentirse desorientados o verse obligados a recurrir a un mapa o una llamada de auxilio. Perdidos en la oscuridad, en la inmensidad, quizá de forma definitiva, sin destino ni consuelo, ni nadie que les proteja. Seguro que algún listillo estará ahora deseando poder preguntarme: "pero, ¿perdido física o emocionalmente?". ¿Y qué más da?, diría yo.
Si se dejan, Alfonso Cuarón está dispuesto a experimentar con sus temores. Gravity, su ambiciosa producción sobre una ingeniera médica y un veterano astronauta que, durante una misión, se quedan "aislados" en el espacio después de que una tormenta de basura galáctica destruya su nave, arranca sin contemplaciones. Todavía estarán impactados por la belleza de su escenario cuando se desencadena el desastre. Y así, sin comerlo ni beberlo, se meterán en la piel de Sandra Bullock, su protagonista femenina, dando vueltas en la oscuridad, alejándose sin rumbo de sus compañeros y escoltas. Es fácil rememorar en ese momento el grito ensordecedor del personaje de Naomi Watts en Lo imposible cuando, tras el tsunami, se encuentra sola en medio del caos. En ambos casos, la incomprensión, el aturdimiento y el miedo llegan mezclados al patio de butacas. La diferencia es que, además, aquí el tiempo juega en contra: el oxígeno se agota. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy? ¿Qué va a ser de mí? No hay respuesta. Todo es silencio. Y, a partir de ahí, la lucha por sobrevivir. Como en La vida de Pi, ni el esfuerzo ni el sufrimiento garantizan el éxito, aunque sí reviste el director mexicano su propuesta con un afán redentor, quizá impuesto por la marca Hollywood.
 
No era necesario, sinceramente. La gran baza de Gravity está, por encima de su argumento, en su hiperrealismo estético (obligado su visionado en 3D). Hasta el maestro James Cameron la ha bautizado como "la mejor película del espacio que jamás se ha hecho". Y no es para menos. Como en su día ocurrió con Titanic, sus logros son fruto de un despliegue técnico sin precedentes; tan arriesgado que cualquier fallo podría haber llevado al traste esta producción de 60,5 millones de presupuesto; tan cuidada que consigue convertir al cosmos en un personaje más, infinito y claustrofóbico al mismo tiempo. Así lo atestigua la ya mítica secuencia de arranque, absolutamente conmovedora, metafórica, reveladora de lo diminutos que somos.   

George Clooney acompaña a Bullock en esta epopeya galáctica. Dos estrellas acostumbrados a brillar con sus sonrisas carismáticas o sus muecas de dolor que, en esta ocasión, se ven obligados a trabajar básicamente cuerpo y voz en condiciones extremas; solvente como siempre él, sorprendente ella, hasta el punto de encabezar las quinielas para el Oscar a la mejor actriz. ¿Sería un reconocimiento justo? Sí. Y no es que la protagonista de Miss Agente Especial sea santo de mi devoción precisamente. Pero, con y sin escafandra, sabe transmitir en los noventa minutos de metraje la incomprensión, desesperación, determinación y fuerza que exige su doctora Ryan Stone. Salta al vacío y aterriza con firmeza. Así que les invito a que dejen sus prejuicios en la taquilla del cine y le den una oportunidad a la buena de Sandra.
Llámenme facilón si quieren, pero Gravity es la experiencia cinematográfica más alucinante que he vivido. Sin querer desvelar nada, les diré que la escena final está cargada de tal simbolismo que les hará pensar que el viaje ha merecido la pena, a pesar de todo.

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